La Capilla del Cristo de los Dolores de la Venerable Orden Tercera. La joya barroca más desconocida de la Villa y Corte
Damas y caballeros, madrileños y visitantes españoles y extranjeros, exploradores ávidos de sorpresas, buscadores de tesoros ocultos, eruditos y profanos, amantes de la historia, el arte y la cultura que nos ofrece la Villa y Corte… Hoy os propongo descubrir una joya barroca escondida tras una austera y sencilla fachada de ladrillo, descrita por especialistas y expertos en arquitectura y arte como “La más típica iglesia de Madrid y la más sencillamente bella del barroco del reinado de Felipe IV, por su arquitectura y decoración” y “verdadera perla de la arquitectura barroca madrileña”. Sed bienvenidos a la Capilla del Cristo de los Dolores de la “Seráfica Y Venerable Orden Tercera De Penitencia De Nuestro Padre San Francisco”, más conocida como V.O.T.
Un poco de historia
La Capilla del Cristo de los Dolores es propiedad de la Venerable Orden Tercera. Esta rama seglar de la orden franciscana, los “hermanos de la penitencia”, fue fundada por San Francisco de Asís, “Il Poverello”, en 1221, con el propósito de ofrecer al mundo seglar el ideal de vida cristiana, que ya había propuesto a los frailes Franciscanos en 1209 (Orden de los frailes menores), y a las monjas Clarisas en 1212 (Orden de las hermanas pobres), pero en este caso sin abandonar el mundo, aunque cumpliendo con mayor exigencia que el resto de los seglares los preceptos evangélicos; no solo en su vida privada sino también en su relaciones con la sociedad, figurando entre sus normas la ayuda a los pobres y a los enfermos.
La Fraternidad de la Tercera Orden se constituye en Madrid en 1608, si bien la fecha más antigua de la que se tiene constancia, a través de los libros de actas de sus consejos, es un año posterior, incorporándose a ella un gran número de madrileños, entre los cuales se cuentan personajes tan ilustres, como Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, y Calderón de la Barca. Incluso Felipe III y su familia tomaron el hábito franciscano.
En 1613 se decide construir una modesta capilla, que rápidamente resultó insuficiente dado el rápido crecimiento de la Fraternidad, por lo que los hermanos de la Orden deciden iniciar las gestiones necesarias para la construcción de una iglesia de mayor tamaño, que es la que existe actualmente. Así, el 11 de junio de 1617, adquieren al local del Comisariado de Indias de la Orden Franciscana, al que se añaden otra serie de propiedades entre 1638 y 1652, iniciándose las obras de esta nueva capilla en 1662.
El proyecto fue realizado por el arquitecto jesuita Francisco Bautista, autor pocos años antes de la monumental de la iglesia del Colegio Imperial, la actual Colegiata de San Isidro, y el arquitecto, pintor y escultor Sebastián de Herrera, siendo llevadas a cabo por los alarifes Marcos López, Mateo López (probablemente hijo suyo) y Luis Román, este último impuesto por la V.O.T., encargándose igualmente de las obras del cercano Hospital de la V.O.T. La inauguración de la capilla tuvo lugar el 3 de mayo de 1668, trasladándose “con gran fiesta” la imagen del Cristo de los Dolores.
Ya en el siglo XVIII, entre 1760 a 1784, la capilla fue utilizada como iglesia por los frailes franciscanos mientras se construía la vecina basílica de San Francisco el Grande. En 1888 se salvó de ser derribada y salió indemne de los incendios y saqueos de 1931 y 1936, pero años mas tarde, una mala interpretación de la reforma litúrgica llevada a cabo por el Concilio Vaticano II, acarrearía gravísimas consecuencias para la singular capilla.
Corría el año 1968, cuando la V.O.T. acometió una serie de reformas para adaptarla a las nuevas exigencias litúrgicas, desapareciendo la decoración barroca, con los lienzos, imágenes, retablos y baldaquino, eliminando el coro y cambiando la situación del altar, que paso a situarse al pie del templo.
Una desafortunada reforma que, pese al sigilo con el que fue realizada sería finalmente denunciada, lo que provocó una seria polémica entre el diario Madrid, que había hecho pública la grave situación, y la Orden Franciscana. Afortunadamente, la Dirección General de Bellas Artes intervino, obligando a la V.O.T. a devolver a la capilla su aspecto original tras ser declarada Monumento Nacional por decreto de 13 de noviembre de 1969, quedando a partir de ese momento bajo la protección directa del Estado.
La restauración se llevaría a cabo entre 1975 y 1980, bajo la atenta mirada del Servicio de Monumentos y la dirección de la arquitecta de Bellas Artes, María Ángeles Hernández Rubio. Se volvió a situar el altar en su lugar original, se reconstruyó el coro y se rehízo el baldaquino donde se encontraba la imagen del Cristo de los Dolores, que se había desmontado y almacenado en trasteros.
Lamentablemente, los altares churriguerescos que se encontraban en los huecos de la nave se perdieron. Se dijo que, al haber estado tanto tiempo a la intemperie se habían deteriorado hasta tal punto que resultaron irrecuperables, aunque parece ser que la triste realidad fue otra muy diferente, puesto que existen en los archivos de la V.O.T. recibos de la venta de los mismos a un anticuario de la Ribera de Curtidores. A donde fueron después, solo Dios, el anticuario y el comprador lo saben. Finalmente, las obras de restauración fueron inauguradas el 25 de noviembre de 1980, siendo ministro de Cultura, Íñigo Cavero y Director general de Bellas Artes, Javier Tusell. Por una vez, se había actuado con celeridad, aunque algunas pérdidas fueron irreparables.
Y ahora, sin más dilación, pasemos a describir la Capilla del Cristo de los Dolores de la “Seráfica Y Venerable Orden Tercera De Penitencia De Nuestro Padre San Francisco”, “San Francisquín” para los más castizos.
Arquitectura
La fachada que da a la calle de San Buenaventura, es un sencillo muro de ladrillo con tres arcos ciegos en la zona inferior y tres ventanas en la superior, rematado con un sencillo frontón con otra ventana algo mayor.
El sobrio exterior del templo presenta una cubierta de teja a cuatro aguas, sostenida por una estructura de madera, sobre la que destaca el chapitel con buhardillas, revestido de pizarra y rematado con las habituales bola y cruz.
Al templo se accede por una galería neoclásica, proyectada por Francesco Sabatini en el siglo XVIII, que imita la crujía de un claustro. Una vez en su interior, la capilla presenta una planta rectangular con una sola nave longitudinal, sin capillas laterales y sin nave transversal, algo habitual en las capillas de hermandades o congregaciones seglares.
Concebida como una sucesión lineal de tres espacios, éstos aparecen claramente diferenciados por las bóvedas que los cubren: nave cubierta con bóveda de cañón iluminada por lunetos, crucero con cúpula sobre pechinas y presbiterio cubierto con bóveda vaída. Los muros de la nave están divididos en tres huecos mediante arquerías y pilastras de orden toscano y rematados mediante un entablamento a base modillones o ménsulas pareadas, decorados con monedas a modo de escamas.
La cúpula se apoya sobre un anillo de modillones continuos, que sirve de apoyo al tambor de la bóveda, situado sobre las pechinas decoradas con los emblemas franciscanos: las cinco llagas de San Francisco, las cinco cruces de Tierra Santa, el escudo franciscano y las letras griegas iniciales del nombre de Jesús (IHS).
En el presbiterio no existe retablo, presentando en su espacio central un baldaquino en el que se expone el Cristo que da nombre a la capilla.
Diecisiete años después de la finalización de las obras, se encargó a Teodoro Ardemans la construcción de una nueva Sacristía, ya que la inicial resultaba insuficiente para su función. El arquitecto creo un espacio situado a continuación, de planta rectangular y considerable tamaño, con sus muros decorados con arquerías y pilastras toscanas.
Está cubierto con una bóveda esquifada rebajada, perforada con lunetos para iluminar el interior, y la superficie plana del techo está decorada con una pintura al fresco en forma de trampantojo, realizada por el propio Ardemans, que representa el “Arrebato de San Francisco al cielo”, de la que hablaré más adelante.
A lo largo del entablamento se sitúan las iniciales de la denominación completa de la Orden: “Seráfica Y Venerable Orden Tercera De Penitencia De Nuestro Padre San Francisco” (SYVOTDPDNPSF).
Bajo los tres arcos del fondo se encuentran las cajoneras, realizadas por Fernando Pelayo en 1685, a base de maderas de caoba, palo de maría y ébano y adornos de bronce dorado, y en el suelo, entre otras, una curiosa lapida de mármol dedicada a los insignes literatos del Siglo de Oro que pertenecieron a la V.O.T.:
“La Venerable Orden Tercera Franciscana de Madrid a sus insignes hijos Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo”
La sacristía original ha quedado como un espacio intermedio en el que destaca un lavabo de manos realizado en alabastro de distintos colores en 1676 por Rodrigo Carrasco Gallego, decorado con el escudo franciscano con los brazos de Cristo y San Francisco cruzados.
La capilla del Cristo de los Dolores perteneciente a la “Seráfica Y Venerable Orden Tercera De Penitencia De Nuestro Padre San Francisco” es Monumento Nacional desde el 13 de noviembre de 1969.
Pintura
Una vez en el interior del templo, en los huecos laterales de la nave, algunos de ellos anteriormente ocupados por los retablos barrocos desaparecidos en la desafortunada reforma de 1968, cuelgan cuatro cuadros anónimos de talleres madrileños de los siglos XVII y XVIII, centrados en la Pasión de Cristo: “Los improperios a Cristo”, “La coronación de espinas”, “El lavatorio de los pies” y “La flagelación”.
Se han mantenido desde su realización en el mismo lugar para el que fueron pintados, con la excepción de su breve estancia en Francia, y tienen especial importancia pues se trata del único conjunto documentado de Cabezalero que se ha conservado, sirviendo para fijar su estilo pictórico. Se percibe claramente en ellos las influencias de la pintura flamenca de Van Dyck y de Rubens y de la pintura veneciana, especialmente en los tocados orientales y la escalinata del “Ecce Homo” o “Cristo presentado por Pilatos” inspirada en las obras de “Il Veronese” y Tiziano.
En “La calle de la amargura”, también conocida como “La caída de Cristo camino del Calvario” y en “El Calvario” o “La lanzada de Longinos” se aprecian claras influencias de Van Dyck y de Rubens en su composición general, con un personal tratamiento de la luz, alternando zonas en sombra con otras de gran luminosidad.
En 1809, durante la invasión francesa, estas pinturas fueron enviadas por José I Bonaparte al museo del Louvre de París creyendo que eran de Velázquez. Tras la caída de Napoleón la V.O.T. reclamó los lienzos, que regresaron a Madrid una década después, concretamente el 15 de mayo de 1819, teniendo que abonar la V.O.T. la cantidad de 9.830 reales en concepto de gastos de flete, reparación y conservación.
Fuera del templo propiamente dicho, en la antigua sacristía, merece la pena citar dos lienzos: “San Francisco liberando ánimas del purgatorio”, y una copia hecha en un taller madrileño en el siglo XVIII de “La Virgen del Arco”, con una leyenda sobre un supuesto milagro ocurrido en Nápoles, ciudad donde se encuentra el original.
Por último, dos ángeles situados en el centro, sostienen el escudo franciscano con la “Tau”, la decimonovena letra del alfabeto griego con la que San Francisco firmaba sus escritos por considerar que representaba la cruz y la verdadera penitencia.
Quién fue Juan Martín de Cabezalero y que representó para la pintura barroca española
Juan Martín Cabezalero nació en Almadén, provincia de Ciudad Real, en 1634. Siendo muy joven se trasladó a Madrid, ciudad en la que poco después de su llegada comenzaría a pintar en el taller de Juan Carreño de Miranda en 1666. Aunque no haya llegado ninguna pintura hasta nuestros días, se sabe a ciencia cierta que Cabezalero utilizó la técnica del fresco en algunas de sus obras, en las que se observa su característico modelado a base de planos de luz, con claras influencias de la pintura flamenca y sus colores intensos, más concretamente de Van Dyck. Se aprecia igualmente una clara influencia de la pintura veneciana, con sus obras cortesanas de gran formato resueltas con ágiles pinceladas.
Se conocen muy pocas obras del pintor manchego, sin duda debido a su prematura muerte, acaecida en Madrid en 1673, con tan solo 39 años. Entre estas obras se encuentran “San Jerónimo” realizado en 1666 que actualmente se encuentra en el Museo Meadows en Dallas, “San Bruno en Gloria” donde se perciben influencias de la pintura de Herrera el Mozo con su iluminación a base de contraluces y la utilización del escorzo, o “La Comunión de Santa Teresa” que se puede ver en el museo de Lázaro Galdiano de Madrid.
Por su parte, el Museo nacional del Prado cuenta entre sus tesoros con tres obras de Cabezalero: “Paisaje de la vida de San Francisco”, procedente del convento de San Hermenegildo de Madrid y dos óleos con el tema de “La asunción de la Virgen”, una de ellas adquirida por Fernando VII para el Palacio Real de Aranjuez. Ambas obras están inspiradas en un grabado del flamenco Schelte à Bolswert realizado a partir de una composición de Rubens, una inspiración más visible en la segunda versión, cedida en depósito por el museo madrileño al Museo Municipal de Santa Cruz de Tenerife. En la provincia de Madrid, colaboró igualmente con José Jiménez Donoso en la realización de algunas obras para la Cartuja de El Paular. Y en la Biblioteca Nacional se conservan una serie de bocetos salidos de la hábil mano de Juan Martín Cabezalero.
Entre las obras tristemente perdidas de Cabezalero habría que mencionar “La Asunción de la Virgen en un óvalo” y la “Imposición de la casulla a San Ildefonso” de la parroquia de San Nicolás de Madrid, el inacabado “Cristo Sacramentado con los doctores de la Iglesia” y los 4 Evangelistas del convento de la Merced o la “Subida al cielo de San Pedro de Alcántara”.
Escultura
Bajo la cúpula se encuentran cuatro esculturas de diferentes épocas. Dos son imágenes de mediados del siglo XVII representan a Santa Isabel de Hungría y a San Luis Rey de Francia, que podrían ser obra de Baltasar González.
Las otras dos, realizadas en el primer tercio siglo XVIII, representan a San Zacarías y Santa Isabel, los padres del Bautista, con un movimiento de ropajes y una policromía de gran impacto visual.
En los ángulos del presbiterio, rodeando el baldaquino, se encuentran las imágenes de cuatro santos pertenecientes a la V.O.T. talladas por el ya mencionado Baltasar González, discípulo de Manuel de Pereira, y policromadas por Juan de Villegas, según consta en un contrato firmado entre el escultor e Íñigo López de Zárate, Ministro de la Orden el 3 de septiembre de 1664.
En este contrato, González se comprometía a realizar ocho esculturas representando a San Luis y San Fernando, Reyes de Francia y España respectivamente, San Roque, Santa Isabel, Reina de Portugal, Santa Margarita de Cortona, La Inmaculada Concepción, San Francisco de Asís y San Antonio de Padua, cada uno con sus correspondientes atributos. De las ocho esculturas solo se conservan las que corresponden a Santa Margarita, San Fernando, Santa Isabel y San Roque, si bien algunos estudiosos consideran que las tallas de San Fernando y Santa Isabel podrían ser anteriores, y haber sido realizadas por un seguidor de Gregorio Fernández.
A ambos lados del altar se encuentran dos tallas de factura mas moderna de la Inmaculada Concepción y San Francisco de Asis.
Ya en la sacristía, entre otras tallas más bien almacenadas que conservadas, destacan una Virgen del Rosario de influencia granadina y un busto de la Virgen Dolorosa.
Antiguamente se podía ver, en una urna situada tras el altar, una cabeza cortada de San Anastasio de un dramatismo exagerado, incluso para el Barroco, atribuida por Elías Tormo al escultor asturiano Juan Alonso Villabrille Ron.
Pero sin duda, la imagen más importante que se conserva en la Capilla de la V.O.T., y la que da nombre a la misma, es la talla del “Cristo de los Dolores.
Representa a Cristo resucitado aun con la corona de espinas y las heridas de la Pasión, abrazando con su brazo izquierdo abraza la Cruz, que se apoya en la cabeza de una serpiente, mientras su pie izquierdo descansa sobre una calavera, como símbolo del triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte, mientras con la mano derecha se señala el corazón, mostrando así el amor a los hombres.
La corona de espinas rasga la piel de manera que su rostro aparece ensangrentado, con una expresión de sereno dolor, los ojos velados y los labios amoratados. En el costado ase aprecia la herida de la lanza de la que brota la sangre, que se ve igualmente en las heridas de la espalda y las piernas. Fue policromada en 1643 por el pintor Diego Rodríguez.
Especial mención merece por su bella factura el baldaquino que custodia la imagen del Cristo de Dolores tras el altar mayor. Fue proyectado por Sebastián de Herrera y el hermano Bautista, que también proyectó el baldaquino del convento de las Bernardas de Alcalá de Henares, y realizado en 1664 por el carpintero Juan Ursularre Echevarría, empleando en su composición maderas, jaspes y mármoles. Presenta un basamento escalonado realizado a base de mármoles y jaspes, obra del arquitecto Rodrigo Carrasco, sobre el que se apoya el cuerpo principal de madera, con columnas que sostienen un entablamento sobre arcos de medio punto rematado mediante una cúpula abierta en gajos, coronada por una linterna y una pequeña escultura de la Fe.
En los laterales se pueden escudos en alabastro del madrileño Lorenzo Ramírez de Prado su esposa Lorenza Cárdenas, grandes mecenas de las obras de construcción de la capilla y del hospital V.O.T. y cuyos restos mortales descansan bajo el altar.
Hasta hace relativamente pocos años, todos los expertos habían considerado esta talla como una copia del “Cristo de la Victoria” de Serradilla de Domingo de Rioja, realizada por un artista anónimo, por considerar que tenía menos fuerza que original. La historiadora María Elena Gómez Moreno afirmaba que:
“Es copia libre de la famosa imagen que una beata de Serradilla (Cáceres) encargó al escultor Domingo de la Rioja basándose en un lienzo del convento de Atocha que representaba la visión de un fraile. La imagen, antes de ir a Serradilla, donde se conserva con gran veneración, recibió culto en San Ginés y Felipe IV la tuvo en la capilla de Palacio entre 1635 y 1637. Su fama milagrosa suscitó una extraordinaria devoción, y se hicieron copias e imitaciones diversas”
Sin embargo, en el testamento del escultor otorgado en Madrid el 2 de marzo de 1654, Domingo de Rioja exponía su deseo de ser enterrado, amortajado con el hábito de San Francisco, en la Capilla de la V. O. T., de la que era hermano profeso.
“A los pies del xpto. de los dolores que yo hice, que ansi me lo prometieron la hermandad y hermano mayor quando lo hice, y por esta racon le hipe en un tercio menos de lo que balia”
Quién fue Domingo de Rioja
A pesar de su nombre, parece que Domingo de Rioja debió nacer en Madrid. Es conocido fundamentalmente por su faceta de escultor, aunque existen diversos documentos que confirman que también fue pintor.
Según consta en los archivos de la parroquia de San Sebastián de Madrid, Domingo de Rioja se casó en Madrid con Jusepa González del Val el 3 de mayo de 1643, volviendo a casarse tras su fallecimiento, ocurrido el 10 de abril de 1644, con Francisca Rodríguez Delgado, matrimonio del que nacería un hijo bautizado con el nombre de su padre, que fallecería el 8 de agosto de 1854. Tan solo tres días antes, el 5 de agosto falleció Domingo de rioja en el domicilio familiar situado en la calle del Leal, por lo que cabe suponer que ambas muertes pudieron deberse a la misma causa. Se sabe que otorgó su primer testamento el 2 de marzo de 1654. En él pide ser enterrado en la ya citada Capilla de la V. O. T. rogando que se dijeran 200 misas por la salvación de su alma. El 21 de marzo de 1654 otorga un nuevo testamento, siendo testamentarios su segunda esposa y el pintor Benito Manuel Agüero, amigo del fallecido, con domicilio en la calle Santa Polonia. En el incluye una relación pormenorizada de las cantidades que debía y que se le adeudaban.
La primera de estas deudas la tenía con Velázquez, quién como aposentador mayor de palacio, a cuyo cargo estaba la decoración del Real Alcázar de Madrid, había encargado a Domingo de Rioja la realización de los modelos de las águilas que el sevillano había realizado para los espejos del Salón Ochavado del Alcázar.
“Primeramente declaro que me debe el sr. diego belazquez, aposentador mayor de Palacio satisfacion del travaxo que tube en acer un modelo de una águila que abraca un espexo, el qual labre de cera y estando acavado y dorado de bronce le bolbi a desacer y se bolvio a ager como oy esta…”
Entre las obras de Domingo de Rioja merecen ser destacadas las esculturas del retablo mayor del convento de los Ángeles, una imagen realizada en piedra para la iglesia parroquial de Valdemoro, imágenes de Eneas y otra de Apolo en terracota, propiedad del pintor Antonio de Pereda, así como tres pinturas realizadas por encargo de un tal Juan Fernández representando a San Juan, San Agustín, estando la tercera destinada al convento de la Encarnación, probablemente como donación.
La azarosa historia del “Cristo de la Victoria” de Serradilla
En lo que respecta al “Cristo de la Victoria” de Serradilla, Domingo de Rioja la esculpió en Madrid hacia 1635 a instancias de una piadosa señora Francisca de Oviedo y Palacios, natural de Plasencia, quien había llegado a la Villa y Corte con objeto de recaudar el dinero necesario para fundar un hospital en la pequeña villa cacereña de Serradilla.
Antes de su traslado a Serradilla, la imagen fue expuesta durante algún tiempo en la parroquia de San Ginés, pero fue tal la fama de milagrosa que adquirió rápidamente la imagen, que llegó hasta los oídos del Felipe IV, quien quiso tenerla en el Alcázar. Francisca no tuvo más remedio que ceder el Cristo de la Victoria, que permaneció en la Capilla de Palacio hasta 1637. Cuando finalmente consiguió recuperar el Cristo, gracias a la intercesión de Diego de Castrejón, Presidente del Real Consejo de Castilla, y que conocía a Francisca porque había sido Gobernador del Obispado de Plasencia, la imagen inició su agitado camino hacia Serradilla. El viaje se vio de nuevo interrumpido al llegar a Plasencia donde se instaló de modo provisional en la iglesia de San Martín.
Fue tal la devoción que no se permitió su traslado a Serradilla a pesar de las súplicas y los ruegos de Francisca al Provisor de la Diócesis y al Consejo Supremo de Castilla. Como el conflicto parecía no tener fácil solución, una noche del mes de abril de 1641 un grupo de serradillanos se presentó a la una de la madrugada en la iglesia de San Martín, cargaron a hombros la talla, y saliendo de Plasencia por la puerta de Trujillo con el mayor de los sigilos, llegaron a Serradilla con la venerada imagen el 13 de abril de 1641.
Y así hemos llegado al final de esta entrada, dedicada a una de las joyas arquitectónicas más desconocidas de Madrid. Una verdadera joya, una perla del barroco madrileño que bien merece una visita… o más. Os garantizo que no os decepcionará.
Se cuenta que, durante su estancia en Madrid, visitó el convento dominico de Nuestra Señora de Atocha, quedando vivamente impresionada por un cuadro en el que aparecía Cristo, pintado por un religioso según una visión que afirmaba haber tenido. Sin dudarlo se puso se puso en contacto con Domingo de Rioja a quien encargo la realización de la imagen que debería presidir el hospital que quería fundar.
Fue tal la devoción que no se permitió su traslado a Serradilla a pesar de las súplicas y los ruegos de Francisca al Provisor de la Diócesis y al Consejo Supremo de Castilla. Como el conflicto parecía no tener fácil solución, una noche del mes de abril de 1641 un grupo de serradillanos se presentó a la una de la madrugada en la iglesia de San Martín, cargaron a hombros la talla, y saliendo de Plasencia por la puerta de Trujillo con el mayor de los sigilos, llegaron a Serradilla con la venerada imagen el 13 de abril de 1641.
Y así hemos llegado al final de esta entrada, dedicada a una de las joyas arquitectónicas más desconocidas de Madrid. Una verdadera joya, una perla del barroco madrileño que bien merece una visita… o más. Os garantizo que no os decepcionará.
Muy interesante, una pena que se conozca tan poco esta joya, gracias por darla a conocer
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