El Paseo de la Castellana o las heridas del tiempo.
Hubo en Madrid una época en la que el paseo de la Castellana comenzaba donde la ciudad de Madrid acababa. Poco a poco se fue poblando de encantadores y señoriales palacetes. Era la época de los grandes señores, que levantaban sus grandes mansiones, de estilo francés, en el Paseo de la Fuente Castellana. Años más tarde, la fuente desapareció y al paseo sólo le quedó el nombre.
Tras la Guerra Civil, comenzó la reconstrucción de lo que quedo de España, y en aras del progreso y el desarrollo fueron desapareciendo los palacetes y otras viviendas particulares de la clase media acomodada de Madrid, y en su lugar se levantaron, poco a poco, pero de forma inexorable, torres de cemento y hormigón, plazas frías e inhóspitas. Donde había vivido la aristocracia se instalaron bancos, compañías de seguros, multinacionales…. La historia del paseo de la Castellana reúne lo mejor y lo peor de la historia de Madrid y de su arquitectura, y quedara para siempre en nuestra memoria como la crónica de uno de los mayores desatinos urbanísticos sufridos, y no son precisamente pocos, por nuestro amado Madrid.
Los paseos de la Castellana, del Prado y de Recoletos nacieron como unas vías amplias, ajardinadas y dedicadas en un primer momento, al esparcimiento del pueblo de la capital del reino. Una misma calle con tres nombres distintos, que pasó de ser una simple vaguada a un lugar de esparcimiento de la alta burguesía madrileña, gracias a la brillante idea del Conde de Arnada de crear el Salón del Prado, en 1763. La zona se revalorizó de forma inmediata y comenzaron a construirse palacios particulares, como el de Buenavista, hoy Cuartel General del Ejército, en Cibeles, o el de Villahermosa, en Neptuno, hoy día sede del Museo Thyssen-Bornemisza. Rápidamente se convirtieron en un lugar de moda donde las clases pudientes decidieron construir sus viviendas e instalarse llegando a concentrar la mayor parte de los palacios, palacetes y hoteles construidos en la capital a finales del XIX y principios del XX. Se construyeron decenas de palacios, más de cincuenta edificios singulares, con espléndidos salones, exuberantes jardines, fuentes y enrejados, que dieron lugar a uno de los barrios más elitistas de Madrid, gracias a un plan urbanístico influido por las grandes capitales europeas como Londres, París y Berlín, de los que a día de hoy tan solo quedan 12 supervivientes. Queda, eso sí, su imborrable recuerdo en las retinas de los más mayores y algunas fotos que ya se van tiñendo de color sepia.
Desaparecieron, entre otros, el Palacio Xifré (Paseo del Prado 18-20), de estilo neo árabe y el palacio del duque de Medinaceli (Plaza de las Cortes, 7), sobre cuyo solar se construyó el Hotel Palace. Algunos de los palacios tristemente desaparecidos tenían tras de sí, historias románticas y misteriosas, como la del palacio del Marqués de Casa Riera, frente al Círculo de Bellas Artes, en cuyos jardines se dice que murieron un hombre y una misteriosa y bella mujer vestida de blanco. El marqués mandó plantar un ciprés y juró que mientras no se secase ese árbol, el jardín permanecería abandonado y el palacio deshabitado. Y a pesar de todo ello, a pesar de todas estas pérdidas irreparables, el eje que forman los paseos del Prado, Recoletos y la Castellana constituye hoy la vía más importante de Madrid. El tramo del Paseo de Recoletos se convirtió en una experiencia previa de lo que luego se haría en la Castellana.
Al desaparecer la Puerta de Recoletos, situada en la actual plaza de Colón donde terminaba la ciudad en 1860, la continuidad entre los Paseos de Recoletos y de la Castellana fue inevitable y al igual que a mediados del siglo XIX se impuso en Recoletos un tipo de vivienda unifamiliar de lujo, rodeada de jardines, muy distinto del gran caserón que la vieja nobleza había levantado siglos atrás en el corazón del viejo Madrid, así ocurrió en la Castellana. Los nuevos inquilinos de la zona compraron suelo barato por hallarse en la periferia de la ciudad y allí crearon su propio barrio. A Recoletos se le llamaba el barrio de los banqueros y para que nada faltase, se levantó la también desaparecida Casa de la Moneda, en cuyo solar actualmente nos encontramos con los inhóspitos Jardines del Descubrimiento.
D. José de Salamanca y Mayol, primer marques de Salamanca, fue el perfecto ejemplo del hombre de la alta sociedad del XIX, dinámico, viajero, arriesgado en los negocios, que alcanzó títulos aristocráticos que comienzan en él sin proceder de herencia alguna. Ningún otro hombre de nuestro siglo XIX encarna mejor a esta alta burguesía frente a la tradicional y vieja nobleza. Dejando ahora los antecedentes que en el siglo XVIII pudieran representar los contados palacios y jardines que hubo en los paseos de San Jerónimo y de Recoletos, como el de Villahermosa y Buenavista, lo cierto es que se debe al marqués de Salamanca la iniciativa de la construcción de un tipo de palacio señorial al que cuadra bien el nombre, entre cariñoso y diminutivo de “palacete”. Surgió así el Palacio del Marqués de Salamanca (paseo de Recoletos,10), uno de los pocos que han conseguido sobrevivir aunque sea como sede de la Fundación BBVA en Madrid. Contiguo al de Salamanca, surgió el Palacete de Remisa, socio de Salamanca desde 1841 e inversor con él en el ferrocarril de Madrid-Aranjuez y algo más alejado se encontraba el de Campo, ligado también al ferrocarril como financiero de la banca Almanza-Valencia-Tarragona. En la misma zona se encontraba el palacete de Calderón, accionista, en la Compañía de los Ferrocarriles del Norte y así podríamos seguir citando nombres y palacios, en su mayoría parecidos, de los que tan sólo queda en pie el palacio deLinares, actualmente sede de la Casa de América.
Pero centrémonos en el paseo de la Castellana y si somos capaces, dejemos volar nuestra imaginación y viajemos en el tiempo hasta la época de su mayor esplendor.
Cuando hablamos del paseo de la Castellana, nos referimos a la prolongación natural de los paseos del Prado y de Recoletos, cuya fisonomía ya se había perfilado en el siglo XVII, tal y como figura en el plano de Texeira (1656). A un lado y otro de aquellos prados de abundante arboleda se fueron levantando edificios y conjuntos irregulares tales como el palacio y jardines del Buen Retiro o el magnífico convento de Agustinos Recoletos (S, XVII) sin olvidar el Museo del Prado o el Palacio de Buenavista (S. XVIII). Madrid se plantearía su primer ensanche con el llamado Plan Castro de 1857, prolongando los citados paseos y convirtiéndolos en la arteria principal que atravesaría la ciudad de sur a norte. Esta prolongación se llamó “Delicias de Isabel I” y “Paseo de la Fuente Castellana”. El primer nombre cayó rápidamente en desuso ante la posible confusión con el más antiguo paseó de las Delicias y el segundo, al retirar la fuente, abrevió su nombre para dejarlo sencillamente en paseo de la Castellana. Los primeros derribos y sustituciones comenzaron ya en el siglo XIX Y la Desamortización de Mendizábal, acabó con edificios como el convento de los Agustinos Recoletos del que sólo se conserva su recuerdo la toponimia callejera. Siguieron operaciones como la parcelación y venta del Buen Retiro, de la que tan sólo queda el Parque del Retiro y parte del antiguo Salón de Reinos. Aquel gran eje vertebrador de nuestra ciudad fue ocupado a partir de entonces por una nueva clase social que sería la gran protagonista de nuestro siglo XIX: la burguesía, o como la llamaba Fernández de los Ríos, la “aristocracia nueva” surgida del comercio, los negocios, la banca, el ejército o la política.
El paseo de la Castellana discurría desde el hipódromo de la Castellana, poco más arriba de la plaza del doctor Marañón al palacio del Marqués de Alcañices, derribado para construir sobre su solar el edificio del Banco de España. Pio Baroja en un artículo en La Nación de Buenos Aires, hablaba de estos palacios, prácticamente desaparecidos a pesar de que “media historia de la España contemporánea puede decirse escrita dentro de sus muros”. No se equivocaba Pio Baroja, el progreso, el desarrollo de Madrid y los intereses económicos de todo tipo entraron a saco y sin contemplaciones y a lo largo de las décadas de los 50, 60 y 70, terminaron con un estilo de arquitectura que era a la vez un estilo de vida. Los escasos palacetes con jardines privados que consiguieron sobrevivir lo hicieron compartiendo espacio con edificios de más altura, que dejaban en la sombra y enterraban en vida a las casas señoriales. El resto desapareció, fueron asesinados a sangre fría, derribados sin miramientos, ni visión de futuro, para ser sustituidos por edificios fríos e impersonales como las Torres de Colón, la inmensa mole del Centro Colón o ese mausoleo negro que es el edificio de la Mutua Madrileña, anteriormente sede de La Unión y el Fénix.
Dos elementos ayudaban entonces a vertebrar el paseo de la Castellana, uno era la desaparecida Fuente del Cisne y otro la viajera Fuente Castellana. La primera de las citadas fuentes se encontraba en el centro de una glorieta en la que se produce el primer quiebro del paseo y se llamaba del cisne por el remate realizado por el escultor José Tomás para una fuente que procedía del patio del desamortizado convento de San Felipe el Real. La Fuente Castellana fue, en cambio, de nueva creación y su proyecto lo llevo a cabo el arquitecto Francisco Javier de Mariátegui. Se trata de una sencilla y ecléctica composición de granito, piedra caliza y de Colmenar, que a modo de original obelisco con los atributos reales centra un pilón. Dos esfinges en bronce ofrecían agua potable a los paseantes. La fuente, proyectada en tiempos de Fernando VII, no construyo hasta bien entrado el reinado de Isabel II. Años más tarde con motivo de las obras de prolongación de la Castellana la fuente fue trasladada a la plaza de Manuel Becerra posteriormente, la fuente viajera se llevó al parque de la Arganzuela y en la actualidad la podemos ver en Madrid Rio. Muy pocos son los madrileños saben del origen de esa fuente que ahora se asoma al Manzanares.
En su primitivo emplazamiento se levantaría años más tarde el monumento a Emilio Castelar. Merece la pena mencionar el monumento a Isabel la Católica, obra del escultor Oms y que también se vio desplazado de su ubicación original por la fuente de la plaza San Juan de la Cruz, repitiéndose una vez más, ese absurdo e incomprensible ritual madrileño que somete a un continuo traslado a estatuas, fuentes y monumentos.
En la parte ahora media, entonces el final, del paseo de la Castellana, estaba el hipódromo, construido según proyecto del ingeniero Francisco Boquerín e inaugurado el 31 de enero de 1878, en presencia de los reyes Alfonso XII y María Cristina. Hasta 1932 pervivió en la zona, y atraía a muchos aristócratas que, además, residían en alguno de los palacios o palacetes de las proximidades. Fue demolido para construir en su lugar una enorme mole granítica y gris: los Nuevos Ministerios.
Desde muy pronto a un lado y otro de la Castellana surgieron sencillas casas como las de Arango y Bertodano, al mismo tiempo que el marqués de Salamanca emprendía no sólo la financiación del barrio que lleva su nombre sino que al mismo tiempo, ejercía como promotor de hoteles de primer, segundo y tercer orden, según la situación económica del propietario, que se levantarían en la misma Castellana. Entre los nuevos hoteles a la francesa que allí se levantaron merece la pena recordar el de Indo, que se situaba sobre una pequeña elevación sobre el jardín que le rodeaba. Indo fue a su vez promotor de toda una serie de hoteles de alquiler en el lado izquierdo de la Castellana, que tuvieron una cierta unidad arquitectónica al haber sido proyectados todos ellos por el arquitecto Ortiz de Villajos en un estilo ecléctico muy personal que en Madrid se conoció como “estilo Villajos”. Nada de todo esto ha sobrevivido, ni siquiera el magnífico palacete de Indo, que fue derribado y sustituido por otro no menos noble, el del duque de Montellano, del que tampoco resta nada.
Del palacio del duque de Montellano, y a parte de su exterior, conocemos algo de lo que fue el interior de este extraordinario palacio, al que se accedía a través de un magnífico vestíbulo circular del que partía una escalera que conducía a dos galerías. Espejos italianos, tapices de Gobelinos, pinturas de Goya, la decoración pompeyana del comedor, el salón de mármoles y espejos abierto al jardín, la biblioteca, fiel reproducción de la del Castillo de Postdam… Todo esto y mucho mas, puede danos una idea de la riqueza y el interés artístico y cultural que poseían los palacios y palacetes de la Castellana, verdadero escaparate de la fortuna de muchos ya que entre la clase alta de la época, no se concebía tener dinero y no poseer un palacio.
La literatura recoge con naturalidad este fenómeno y así, Armando Palacio Valdés en su novela Sinfonía Pastoral, describe el propósito de su personaje, Antonio de Quirós, de establecerse en Madrid después de haber hecho fortuna en Cuba con negocios de tabaco, navieras, construcciones, empréstitos y banca. Quirós, un asturiano que fue a América sin llevar nada más que lo puesto, decide instalarse, para vivir fastuosamente en Madrid y para ello lo primero que hace es alquilar un hotel en la Castellana mientras construyen el suyo dotado no sólo de todas las comodidades, sino de lujos que pocas casas ostentaban en Madrid en aquella época: techo del comedor pintado por Plasencia, los “panneaux” del salón por Ferrán, muebles traídos directamente de París, caballos, coches, criados…
Una de las mayores pérdidas fue la demolición del palacio del duque de Uceda-Medinaceli, en la plaza de Colón. El citado palacio construido en 1864, confirmaba la implantación en Madrid del concepto de “hotel” francés en detrimento del modelo italiano de la “villa”. El palacio de Uceda era de hermosísima arquitectura francesa, dentro de un estilo entre Luis XIII y Luis XIV, en el que no podía faltar la mansarda negra que remataba el edificio, lo cual hizo que a este tipo de construcciones se les conociera en Madrid como “casas de réquiem”, dada la similitud con la tapa de un ataúd. En este edificio todo era francés, incluyendo la piedra empleada en su construcción que se transporto por ferrocarril desde Angulema. El proyecto original había sido realizado en París por Edouard Delaporte. Esta moda francesa, políticamente sostenida por el matrimonio de Eugenia de Montijo con Napoleón III, fue seguida en gran parte de los palacetes que se levantaron en el Paseo de la Castellana y sus alrededores.
Cayó también el palacio del duque de Anglada (paseo de la Castellana, 22), con su fachada clásica, sus ricos salones con decoración griega, pompeyana y gótica, y su patio de estilo árabe. Tras su derribo, la puerta de hierro del jardín se instaló en la puerta de O’Donnell del Retiro, donde aún permanece. Fueron muchos los madrileños que acudieron a la demolición del palacio con la intención de adquirir azulejos, columnas de mármol y otros materiales de gran valor artístico. Y todo esto para, tras su derribo, construir sobre su solar el impersonal edificio del hotel Villa Magna.
Entre la calle Serrano y el paseo de la Castellana existía una calle de recorrido serpenteante, llamada de Martínez de la Rosa, pero conocida por los madrileños como “la calle de la S”. La ocupaban varios palacetes con fachada a la Castellana, entre los números 36 y el 44, que acabaron sucumbiendo víctimas de la piqueta. En uno de ellos vivió el conde de Romanones y en otro, la hija de Mariano José de Larra, Adela.
Otra pérdida destacada fue la del palacete de Luca de Tena (Paseo de la Castellana, 32), junto al edificio de ABC. La noche de su detención, José Calvo-Sotelo había sido invitado al citado palacete, pero declinó la invitación. Una decisión fatídica, ya que esa madrugada fue detenido en su domicilio por un grupo de guardias de asalto y militantes socialistas para pocas horas después ser vilmente asesinado, precisamente por aquellos que se suponía debían protegerlo.
Pero algo queda de todo aquel esplendor, de toda aquella riqueza y ostentación. El eje formado por la Castellana y Recoletos aun conserva doce testigos, tan solo una docena del medio centenar de palacios de aquel Madrid aristocrático del siglo XIX y principios del XX. Vamos a hacer un repaso de todos ellos.
En el extremo norte, en los números 64 y 58 respectivamente, se encuentran el de Moreno Benítez y el del duque de Hijar, obra ambos del arquitecto Joaquín Saldaña. El primero de ellos, en la actualidad es propiedad del Ministerio del interior, el segundo es la Embajada de Portugal.
Algo más abajo, esta vez en la acera de los impares, y más concrétamente en el numero 37, nos encontramos con el palacio de Eduardo Adcoh. Fue construido en 1906, según un proyecto de José López Salaberry, arquitecto asimismo del edificio ABC y del Casino de Madrid. Actualmente, tras largos años de olvido y abandono, es propiedad de la Fundación Rafael del Pino y en sus jardines se construyo en 2008 el auditorio de la citada fundación, según un proyecto de Rafael de la Hoz.
No está exactamente en la Castellana, pero el palacio del marqués de Bermejillo, sede del Defensor del Pueblo desde 1983, bien merece figurar en esta lista. Fue construido entre 1913 y 1916 en estilo neo plateresco por el arquitecto Eladio Laredo, autor también del edificio Grassy en la Gran Via y del teatro Infanta Isabel en la calle Barquillo. Fue la residencia de los marqueses de Bermejillo hasta 1932, y más tarde con la II República, embajada de la República Checoslovaca. Durante la guerra Civil, fue utilizado como refugio. Años después, a partir de 1964, fue la sede de la Dirección General de Patrimonio Histórico.
Volvamos a la Castellana para encontramos, en el numero 29, con el palacio del marqués de Mudela, construido a principios del siglo XX por el arquitecto Lorenzo Alvarez Capra, autor también de la Iglesia de la Paloma y de la ya desaparecida plaza de toros de Goya. Es aquí donde podemos ver un buen ejemplo de integración entre lo antiguo y lo moderno ya que el mencionado palacete convive en buena armonía arquitectónica con el mucho más moderno edificio Bankinter diseñado por Rafael moneo en los años 70 del siglo XX.
El palacio del marqués de la Eliseda, en el numero 16 de la calle Marqués de Riscal esquina con el paseo de la Castellana, siempre quedara en nuestra memoria por ser el lugar donde, un ya lejano 29 de octubre de 1933, en uno de sus despachos, José Antonio Primo de Rivera fundo la Falange Española. Años. Fue construido hacia 1900 por encargo del Marqués de la Eliseda, D.Francisco Moreno Herrera, hijo del Conde de los Andes. Durante la II Republica fue incautado, como tantas y tantas propiedades de la burguesía y la aristocracia, con un claro propósito demagógico y populista, lleno de odio y rencor hacia las clases más pudientes. En la actualidad es sede del Instituto de la Juventud (Injuve).
En el numero 17 se alza el palacio del marqués de Fontalba y Cubas. Fue construido en 1912 por José María Mendoza y Ussia en 1911 para don Francisco de Cubas y González Montes, marqués de Cubas y de Fontalba y premiado dos años más tarde por el Ayuntamiento madrileño como uno de los edificios más destacados. Desde los años 40 fue sede del Consejo supremo de justicia militar y en la actualidad alberga la Fiscalía General del Estado.
El palacio de Alcalá Galíano, fue construido por Agustín Ortiz de Villarejos en 1878 en el número 5 para Emilio Alcalá Galiano, conde de Casa-Valencia. El palacio fue años más tarde, sede de la Dirección de Marruecos y plazas y provincias africanas y del Ministerio de Administración Territorial. En la actualidad es la sede del Ministerio del Interior.
El último de los palacios o palacetes de la Castellana está situado en el numero 3, poco antes de cruzar la plaza de Colón para entrar en el paseo de Recoletos. Empequeñecido ante los 116 metros de altura de las Torres de Colón el noveno edificio más alto de la capital. Otro dislate urbanístico mas. Se trata del palacio del marqués de Villamejor y fue construido según un proyecto de los arquitectos José Purkiss y Pascual Herraíz en 1893. Como anécdota y parte de la historia de España, en este palacio nació un 23 de diciembre de 1910, víspera de Nochebuena, Dª María de las Mercedes de Borbón-Dos Sicilias y Orleans, madre de S.M. Juan Carlos I, rey de España.
Y ya en el paseo de Recoletos nos encontramos en el numero 10 con el palacio del marqués de Salamanca. Construido entre los años 1846 y1855 se nos presenta con una clara inspiración italiana y gran belleza. No sólo era el edificio sino lo que guardaba en su interior lo que hizo del palacio de Salamanca un ejemplo que otros seguirían. En sus lujosos salones de techos pintados de la planta noble, José de Salamanca llegó a reunir una colección de pinturas extraordinaria, posiblemente la mejor después de la real, que desgraciadamente se dispersó en dos subastas realizadas en París, en 1867 y 1875, para hacer frente a las deudas del Marques, personaje sin duda singular que sufrió en carne propia los caprichos de la diosa fortuna. Los más exquisitos y valiosos muebles, esculturas y objetos artísticos hicieron de este palacete un edificio de porte regio. Su arquitecto, Pascual y Colomer, lo fue también del Congreso de los Diputados.
Cierran la lista de los palacios supervivientes del eje Castellana-Recoletos los palacios de Linares y Buenavista. El primero de ellos se comenzó a construir en 1877. Se trata de un edificio de estilo neobarroco que tardo más de dos décadas en finalizarse y que tras la guerra civil estuvo a punto de correr la misma fatídica suerte de otros palacios madrileños. Su interior era de una belleza sorprendente y gran parte del proyecto y mobiliario interior vino de Francia, según se puede deducir del estilo Segundo Imperio de las chimeneas de sus salones, las lámparas y el mobiliario, hoy desgraciadamente perdidos. Su declaración en 1976 como Monumento histórico le salvo definitivamente de la piqueta. En la actualidad y desde 1992, con motivo del quinto centenario del descubrimiento de América es la sede de la Casa de América.
En cuanto al palacio de Buenavista, se trata de un impresionante edificio rodeado por jardines, construido según un proyecto de Juan Pedro de Arnal en 1777. Fue propiedad del duque de Alba y desde el siglo XIX pertenece al estado español. El rey José I Bonaparte, quiso transformarlo en museo, pero finalmente fue la sede del Ministerio de la Guerra. En la actualidad alberga las dependencias del Cuartel general del ejército.
Como hemos podido leer hasta aquí, el eje Prado-Recoletos-Castellana y más concretamente El paseo de la Castellana, fueron un fenómeno social, urbanístico y arquitectónico de gran importancia e interés que luego, los madrileños no hemos sabido conservar y defender como han sabido hacer en otras capitales europeas. Y entre estas capitales siempre estará París, espejo en el que la ciudad de Madrid, con sus alcaldes al frente, tantas veces se miró para inspirarse. Aunque en más de una ocasión fuera tarde y mal.
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