De Madrid al cielo: El Real Observatorio Astronómico


Asegura el dicho popular que, “de Madrid al cielo, y allí, un agujerito para verlo”. El origen de esta muy conocida frase parece estar en una obra del dramaturgo del Siglo de Oro, Luis Quiñones de Benavente titulada: “Baile del invierno y del verano”, en la que se pueden leer los siguientes versos:

“Pues el invierno y el verano,/en Madrid solo son buenos,/desde la cuna a Madrid,/
y desde Madrid al Cielo”



Pero para poder llegar hasta la bóveda celeste tras haber disfrutado de las bondades de la capital de España, hubo un tiempo en el que la puerta de entrada estuvo situada en lo alto del Cerro de San Blas, un altillo situado a las afueras de la Villa y Corte en las proximidades de la Puerta de Atocha, lugar en el que en 1588 un caballero llamado Luis de Paredes había construido una ermita dedicada a San Blas, donde se veneraba una reliquia del santo que había recibido de manos de la archiduquesa María de Austria. Aunque, años más tarde, tras la construcción del palacio del Buen Retiro se levantarían en la zona otras cuatro ermitas en la zona, la dedicada a San Blas fue la más popular debido a la romería que se celebraba cada 3 de febrero, coincidiendo con la llegada de las cigüeñas a los campanarios, tal como recoge el conocido refrán:

“Por San Blas las cigüeñas veras”



Este fue el privilegiado emplazamiento, perteneciente a los terrenos del Palacio del Buen Retiro, en el que en el S. XVIII se edificó el Real Observatorio Astronómico, una magnífica ventana hacia ese cielo que nos aguarda a los madrileños.


Un poco de historia

El Real Observatorio Astronómico, situado a 656,8 metros de altura sobre el nivel del mar, fue proyectado y construido por el arquitecto Juan de Villanueva y Montes, autor de numerosos edificios madrileños como el Museo del Prado, el Oratorio del Caballero de Gracia, el Teatro del Príncipe, el Cementerio General del Norte, la gruta del Campo del Moro, la casa del Nuevo Rezado (actual sede de la Real Academia de la Historia), la galería de columnas que da a la calle Mayor en la Casa de la Villa, el Real Jardín Botánico o la reconstrucción de la Plaza Mayor, tras el incendio de 1790.


Carlos III, aconsejado por el célebre marino y cosmógrafo Jorge Juan, ordenó la creación del Real Observatorio Astronómico de Madrid hacia 1785, iniciando Juan de Villanueva la construcción de este Observatorio Astronómico en 1790, reinando ya Carlos IV, año en el que José Moñino, conde de Floridablanca y ministro de Estado, encargó al arquitecto los trabajos de construcción del edificio.


Dos años después, la obra se vio frenada por el desinterés de Pedro Abarca de Bolea, conde de Aranda, que había sustituido al conde de Floridablanca, del mismo modo que pocos años más tarde Manuel Godoy pondría innumerables trabas a la tarea de Villanueva, aunque, para sorpresa de propios y extraños, encargó la construcción de uno de los mayores telescopios de la época y facilitó que en 1796 se creara el Cuerpo de Ingenieros Cosmógrafos, que a partir de ese momento se encargaría del estudio de la astronomía, la geodesia, la geofísica y la cartografía.


El Real Observatorio formaba parte de un conjunto de edificios, fruto de la corriente ilustrada de la época, que estarían vinculados al estudio de la Ciencias y que se situarían en las proximidades del Paseo del Prado de San Jerónimo. El proyectó incluía Real Gabinete de Historia Natural, actualmente el Museo Nacional del Prado, el Real Observatorio Astronómico y el Real Jardín Botánico, proyectado inicialmente por Sabatini, aunque posteriormente modificado por Villanueva.


Carlos IV había señalado en el Buen Retiro un lugar para su construcción, próximo a la ermita de San Blas donde existía un polvorín, pero Villanueva prefirió el altillo contiguo a la ermita, que fue necesario derribar, al igual que un juego de pelota que se encontraba en la misma zona, a fin de dar cabida al nuevo edificio al que se accedía a través de una escalinata de piedra. A continuación cito unas líneas del único documento que existe acerca la construcción del Real Observatorio Astronómico.

“En la cierta suposición de la resolución de V. E. sobre la ejecución del Observatorio Astronómico totalmente de nueva planta en el sitio próximo a la ermita de San Blas y según el borrador que se está diseñando en este sitio, y presentaré a V. E. con el cálculo de su coste, creo no podría perderse tiempo en el acopio de los materiales más precisos, como cal, pedernal y ladrillo”



Poco antes de finalizar la Guerra de la Independencia, José I Bonaparte encargaría al arquitecto Silvestre Pérez un proyecto de rehabilitación del edificio, que nunca se llevó a cabo. Con Fernando VII de regreso en España, la escasez de fondos prácticamente detuvo las obras de construcción.

“La obra del edificio caminaba lentamente y no se sabía con qué pagar los sueldos de los trabajadores”



Cuando en 1815 se encargó a Antonio López Aguado un informe sobre el estado del Real Observatorio, el arquitecto se encontró con la bóveda del pórtico hundida, la escalera de caracol que subía al templete rota a consecuencia de la explosión de un depósito de pólvora que había en el sótano y las bóvedas tabicadas. Los costes de las obras necesarias para la reparación de los desperfectos se evaluaron en 249.000 reales de vellón, si bien Fernando VII decidió que solo podía aportar 4.000 reales mensuales. En tal estado de cosas se llegaría al 2 de marzo de 1841, fecha en la que la Dirección General de Estudios limitó las funciones del observatorio al estudio de la meteorología.


No sería hasta 1849 cuando se acometería la finalización definitiva del edificio que se encargó al arquitecto Narciso Pascual y Colomer, quien presentó un presupuesto 449.000 reales. Así fue como, 58 años después de iniciarse las obras, finalizó la construcción con un coste final cercano a los 600.000 reales, claramente superior a lo inicialmente presupuestado, debido principalmente al cierre del templete realizado a base de hierro y cristal. 


Durante las obras se planteó la sustitución de la bóveda del templete por una azotea plana para facilitar las observaciones meteorológicas que se hacían desde la cubierta, pero la Academia de Bellas Artes de San Fernando rechazó tal propuesta. En aquella época, la fisonomía de la zona era muy diferente a la actual, Benito Pérez Galdós en su novela “Doctor Centeno”, cuya acción transcurre en 1863, describe la subida al Real Observatorio desde Atocha como una cuesta muy pronunciada y mal empedrada.


A partir de 1865 el nombre oficial de la institución pasó a ser el de Observatorio Astronómico y Meteorológico de Madrid, momento a partir del cual, y hasta 1904, será el principal centro de estudio de la meteorología en España. A partir de ese año el Observatorio se integra en el Instituto Geográfico Nacional formando parte de él hasta nuestros días.


Para el proyecto, Villanueva se inspiró en las ruinas del Templo de Vesta en Tívoli, ciudad situada a escasos kilómetros de Roma, que había tenido la oportunidad de visitar siendo muy joven, en 1761, mientras estudiaba en la Ciudad eterna pensionado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.


El arquitecto creó un “Templo de la Razón y de la Ciencia”, un edificio con planta de cruz griega con un cuerpo central en forma de rotonda, dos alas iguales en el eje este-oeste, un cuerpo al norte y un pórtico al sur compuesto por 10 columnas y cuatro contrapilastras de orden corintio, coronado tras un antepecho con cuatro torrecillas y rematado por un templete de forma circular con columnas jónicas y una gran cúpula. Un hermoso edificio de reducidas dimensiones, que Juan de Villanueva nunca llegaría a ver terminado.


Los trabajos de construcción, como suele ocurrir en España, no se realizaron en el plazo inicialmente previsto, de manera que fue necesario acondicionar una nave en el cercano Altillo de San Pablo para albergar de manera provisional los instrumentos científicos que ya se habían adquirido, entre los que destacaba especialmente el que en su momento fue el mejor telescopio del mundo, desde 1802 hasta que las tropas invasoras francesas lo destruyeron en 1808, utilizando su armazón como leña.


Se trata del telescopio de 25 pies (7,62 metros) construido en Inglaterra por el alemán William Herschel, el más famoso astrónomo de la época. Afortunadamente, se salvaron los planos originales y el espejo cóncavo, lo que ha permitido reproducir fielmente esta pieza única tras 200 años. Como ya hemos visto, durante la Guerra de la Independencia, las tropas francesas ocuparon la zona del Buen Retiro y por tanto el Cerro de San Blas, destruyendo las dependencias del observatorio para utilizarlo como polvorín y almacén de armas, llegando incluso a instalar en el templete un cañón tras desmontar la cubierta de láminas de plomo que fueron fundidas para hacer balas.


Poco antes de estos hechos, los astrónomos del Real Observatorio lograron salvar algunas de las piezas más delicadas. El espejo cóncavo de bronce pulido fue escondido en una de las cúpulas de la fachada norte que rodean el templete, donde fue encontrado cien años después, así como los tornos y poleas que permitían su funcionamiento. Igualmente se salvaron las láminas y los planos necesarios para el montaje del telescopio, conservados por el marino José Mendoza y Ríos, a quien Carlos IV encargó en 1796 ocuparse de su adquisición, unos documentos que, tras permanecer en paradero desconocido durante años, fueron hallados de modo casual en 1931.


Visitando el Real Observatorio Astronómico

Cruzar la puerta de acceso al Real Observatorio Astronómico, situada en la calle Alfonso XII junto a la puerta del Ángel caído de El Retiro, es el inicio de un viaje en el tiempo que nos conduce hasta el S. XVIII para dar un paseo a través de la historia de la astronomía en España. La visita guiada incluye tres espacios de la institución especialmente representativos: el edificio Villanueva, la sala de las Ciencias de la tierra y del universo y el pabellón del Telescopio de Herschel.



El edificio Villanueva

Nada más entrar en la sala central situada bajo la cúpula, nos encontraremos con el Péndulo de Foucault, un instrumento inventado por Jean Bernard León Foucault en 1851, gracias al cual podremos comprobar el movimiento de rotación de la Tierra, instalado en esta sala en 1990 con motivo del segundo centenario de la creación del Real Observatorio.


La esfera de acero, de unos 100 kilos de peso, cuelga de un cable de 15 metros de largo, oscilando de manera continua y tirando cada una de las piezas de madera colocadas alrededor de la circunferencia metálica situada en el suelo, en un movimiento que sigue el sentido de las agujas del reloj.


En esta misma sala principal podemos ver dos telescopios newtonianos construidos por el astrónomo alemán William Herschel en 1796. La imagen que entraba en el telescopio se reflejaba en un espejo, un prisma y una lente que la aumentaba, pudiendo observarse el motivo a estudiar por un lateral del instrumento. Ambos telescopios tienen una distancia focal de 214 cm., con diferentes aperturas de 16 cm. y 19 cm. Lamentablemente no están completos, ya que se han perdido el espejo de ambos y el anteojo buscador de uno de ellos.


Uno de los objetos más importantes expuestos en esta sala es el espejo del Telescopio de Herschel, del que os hablaré más adelante, construido al igual que los dos anteriores en 1796. Sus dimensiones son 60 centímetros de diámetro por 6 centímetros de grosor, incluyendo el bastidor.


 La sala contigua, denominada del Círculo Meridiano, recibe el nombre del instrumento situado en el centro, construido por el astrónomo alemán Johann Georg Repsold en 1853 y adquirido por el Real Observatorio al año siguiente con el objeto de medir la posición de los astros y fijar la hora. El Círculo fue montado en la sala por el propio Repsold, para lo cual se excavó un foso en cuyo centro una base de ladrillo y cal sostiene la losa en la que se apoyan los pilares del instrumento, que se encuentra rodeado por un suelo de madera.


Una escalera permitía subir a una plataforma para poder leer los círculos del anteojo y un magnífico sillón reclinable y rodante situado sobre carriles, permitía a los astrónomos observar cómodamente los astros y ver el momento exacto en que cruzaban el meridiano.


Relojes e instrumentos completan esta sala, dándonos una idea de la intensa vida que tuvo hasta fechas no muy lejanas. Aquí estaba instalado el laboratorio de hora del Observatorio hasta que en el año 1959 se adquirió el primer reloj de cuarzo. Un antiguo receptor de radio y un instrumento eléctrico permitían, a través de las señales horarias de otros observatorios, corregir los relojes allí instalados, fechados entre 1790, y la década de los 50 del S. XX.


Cinco minutos antes de que el sol pasara por el meridiano, lo que indicaba que eran las doce de la mañana, desde la sala del círculo meridiano, la única del edificio de Villanueva preparada para la observación, se enviaba un aviso por telégrafo a la Puerta del Sol donde un funcionario se encargaba de subir la bola del reloj. Cuando el sol entraba en el campo visual del telescopio se volvía a utilizar el telégrafo para hacer caer la bola. En la primera década del siglo XX se sustituyó el telégrafo por un timbre que sonaba en el interior de la torre del entonces Ministerio de Gobernación, donde un empleado de telégrafos, al que popularmente llamaban “el bolero”, subía la bola al primer timbrazo y la dejaba bajar al segundo.



Por último, hay que mencionar la biblioteca instalada en la sala que Juan de Villanueva proyecto para guardar los instrumentos destinados a las mediciones meteorológicas y a la observación de los astros, para lo que se hizo una abertura en el techo y en los muros Norte y Sur. A mediados del siglo XIX esta sala se convirtió en centro de observaciones geomagnéticas cerrándose la abertura del techo. La Biblioteca se instaló en esta dependencia alrededor del año 1880, cerrándose entonces los huecos abiertos en los muros y cubriéndose las paredes con estanterías distribuidas en dos alturas, permitiendo el acceso a la parte superior dos escaleras de caracol.



La sala de las Ciencias de la Tierra y el Universo

La sala de Ciencias de la Tierra y del Universo se inauguró en enero de 2010 en un edificio de nueva construcción obra del arquitecto a Antonio Fernández Alba, Premio Nacional de Arquitectura en 1963 y 2003 y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.



En su interior podemos observar una interesantísima colección de instrumentos utilizados por el Real Observatorio y por el Instituto Geográfico Nacional a lo largo de los siglos XIX y XX , expuestos en cuatro secciones bien diferenciadas: Astronomía, Cartografía, Geodesia y Geofísica.

 


Entre los numerosos y valiosos instrumentos que se pueden observar en esta sala se encuentran el anteojo acromático construido en Londres en 1785 por la casa Dollond, una de las piezas más antiguas de la colección, y la Regla Geodésica de la Comisión del Mapa de España, fabricada en platino, latón y madera por la casa francesa Brünner de París entre 1854-1857.




Destacan igualmente la completísima serie de mapas de la geografía española y una serie de sismógrafos como el de Bosch-Omori, construido en el año 1909 en Estrasburgo; el de Wierchert Toledo, realizado en 1931 en el Observatorio de Toledo a partir de otros modelos más antiguos; el Wierchert vertical, fabricado en 1924 en Alemania; o el Wierchert astático reformado, producido en 1910 en Alemania y reformado en 1920 en el Observatorio de Toledo por el ingeniero geógrafo español Vicente Anglada.


 La sala del Telescopio de Herschel

Llegamos así a la que, sin duda es la joya de la corona del Real Observatorio. El pabellón es obra del arquitecto Antonio Fernández Alba, un edificio de forma cuadrada con de 16 metros de lado y 13 de altura, con paredes de vidrio mural anti-infrarrojo, esquinas de piedra, y una gran cúpula de remate realizada en cinc.

 


En su interior se encuentra el magnífico Telescopio encargado al astrónomo alemán William Herschel fabricado en Londres entre 1796 y 1802. Se trataba de un telescopio de 25 pies de distancia focal (equivalente a 7,62 metros) que fue adquirido para la institución por el marino español José Mendoza y Ríos, quien se encontraba en Inglaterra becado por la Corona española y realizó los planos que han servido para su restauración.




 Colocado sobre una montura paraláctica de madera de roble inglés, el telescopio, la estructura de madera y las poleas con la que se movía, zarparon de Inglaterra en el bergantín Juana el 7 de enero de 1802, cuidadosamente embaladas en 52 cajas. Tras llegar a Santander fueron trasladadas en carros tirados por mulas hasta Madrid. La primera observación documentada con este gran instrumento óptico se realizó el 18 de agosto de 1804, a pesar de que aún no estaba concluido el montaje.


Herschel había recibido el encargo de la Corona de España seis años antes y cobró 4.000 guineas.
Nada más llegar a Madrid, surgieron los primeros problemas, ya que el telescopio no cabía en el edificio de Villanueva que además, carecía de cúpula orientable por lo que fue colocado de modo provisional en el jardín. En su momento fue el segundo telescopio más grande del mundo, pero el primero en calidad óptica, hasta el punto que, el propio Herschel, que utilizaba un telescopio similar para sus observaciones, financiadas por la Corona británica, llegó a asegurar que:

“Urano está mejor definido en este instrumento que lo que jamás he visto”



Destruido durante la Guerra de la independencia, en el año 2004 y gracias al empeño personal del físico Jesús Gómez, subdirector general de Astronomía, Geodesia y Geofísica del Instituto Geográfico Nacional, se llevó a cabo la reconstrucción del Telescopio de Herschel. El telescopio propiamente dicho fue realizado por los profesores Bautista, Leal, Medina y Muñoz, mientras que la estructura de madera que le sirve de apoyo fue realizada por el constructor de barcos Francisco Mendieta en su astillero de Bermeo (Vizcaya).


Finalizamos aquí este recorrido por el Real Observatorio Astronómico de Madrid, un magnífico edificio de estilo neoclásico escondido entre los árboles en una esquina del madrileño parque de El Retiro, a escasos metros de la Estación de Atocha, la Cuesta de Moyano o el Museo Reina Sofía. Aquí, en este rincón de Madrid, estad seguros de que estaremos aún más cerca del cielo.


Real Observatorio Astronómico

C/ Alfonso XII 3 - 28014 Madrid
http://www.ign.es/rom/visitas/index.html

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