Y los muertos aquí lo pasamos muy bien, entre flores de colores…
La costumbre de enterrar a los fallecidos en el interior de las iglesias parece ser que se inició en el siglo XIII. Cuanto más importantes o ricos eran, más cerca del altar eran enterrados. Se creía firmemente que, si eras enterrado lejos de la iglesia, también estabas lejos de Dios, de modo que con el paso de los años surgió un grave problema de falta de espacio, por lo que cada cierto tiempo se realizaba la llamada “monda de cuerpos”, una práctica que consistía en exhumar los cadáveres para trasladar los huesos al osario del templo.
Ya en la segunda mitad del siglo XVIII, los médicos ilustrados comenzaron a insistir en la necesidad, por motivos de higiene y salubridad, de crear cementerios extramuros para realizar los enterramientos, lo que, unido al crecimiento demográfico y el aumento de las defunciones acabo con la arraigada costumbre de los enterramientos en los templos y atrios. En este contexto histórico, social y cultural sería cuando la se comenzó a regular los enterramientos por parte de las autoridades y la creación de cementerios extramuros en las ciudades españolas, de igual modo que ya ocurría en otras naciones europeas. Muy pronto, los primeros cementerios construidos fuera de los límites urbanos en las grandes ciudades, se vieron rodeados de edificios, debido al ya por entonces imparable crecimiento de las ciudades a lo largo del siglo XIX, de ahí que uno tras otro acabaran desapareciendo la mayor parte de ellos.
Los primeros cementerios extramuros de Madrid
Los primeros cementerios extramuros de Madrid
Los primeros cementerios extramuros de Madrid se construyeron a principios del siglo XIX, situándose fuera de la cerca que rodeaba la ciudad, levantada en tiempos de Felipe IV y que sería derribada en 1868.
El incendio de la iglesia de Santa Cruz en 1763, dejó al descubierto muchos de los cadáveres en ella enterrados. El mal olor y las epidemias de peste que asolaron España por aquellas fechas hizo que en 1783 la Real Academia de La Historia remitiera un informe al Consejo del Estado sobre el tema de los enterramientos de los fallecidos elaborado a partir de tres informes llevados a cabo en los últimos 5 años. Se intentaba minimizar el riesgo de contagios en un clima tan cálido como el nuestro, proponiendo situar los cementerios junto a las ermitas ubicadas en las afueras para así poder dar cristiana sepultura en tierra sagrada a los difuntos.
Así, sería finalmente Carlos III quien, por evidentes razones de salud pública, ordenó que se dejara de enterrar en el interior de las iglesias y se empezaran a construir cementerios fuera del casco urbano, mediante una Real Cédula de 3 de abril de 1787. Pero nadie quería ser enterrado lejos de las iglesias.
Hubo un nuevo intento años más tarde, ya durante el reinado de Carlos IV, pero los ciudadanos seguían oponiéndose a tal medida. Y pasaron los años hasta que el 7 de marzo de 1809, se publicó en el Diario de Madrid, que por aquel entonces era el equivalente al Boletín Oficial del Estado, la siguiente orden:
El incendio de la iglesia de Santa Cruz en 1763, dejó al descubierto muchos de los cadáveres en ella enterrados. El mal olor y las epidemias de peste que asolaron España por aquellas fechas hizo que en 1783 la Real Academia de La Historia remitiera un informe al Consejo del Estado sobre el tema de los enterramientos de los fallecidos elaborado a partir de tres informes llevados a cabo en los últimos 5 años. Se intentaba minimizar el riesgo de contagios en un clima tan cálido como el nuestro, proponiendo situar los cementerios junto a las ermitas ubicadas en las afueras para así poder dar cristiana sepultura en tierra sagrada a los difuntos.
Así, sería finalmente Carlos III quien, por evidentes razones de salud pública, ordenó que se dejara de enterrar en el interior de las iglesias y se empezaran a construir cementerios fuera del casco urbano, mediante una Real Cédula de 3 de abril de 1787. Pero nadie quería ser enterrado lejos de las iglesias.
Hubo un nuevo intento años más tarde, ya durante el reinado de Carlos IV, pero los ciudadanos seguían oponiéndose a tal medida. Y pasaron los años hasta que el 7 de marzo de 1809, se publicó en el Diario de Madrid, que por aquel entonces era el equivalente al Boletín Oficial del Estado, la siguiente orden:
" DON JOSEF NAPOLEÓN POR LA GRACIA DE DIOS Y POR LA CONSTITUCION
DEL ESTADO, REÍ DE LAS ESPAÑAS Y DE LAS INDIAS”
“Considerando muí conforme a las reglas de una buena policía cortar de raíz todas las causas que pueden influir en la putrefacción del aire, y dañar a la salud pública, en cuya conservación debe esmerarse tanto la solicitud y zelo del gobierno; y observando que, principalmente en las actuales circunstancias, nada se opone más a lograr tan saludable objeto como permitir la práctica de enterrar los cadáveres en las iglesias, abuso contrario a la sana razón, a la política, al respeto debido a los templos, y a los preceptos de la disciplina eclesiástica de los mejores tiempos: hemos decretado y decretamos lo siguiente:......."
En la orden se contemplaba la construcción de cuatro cementerios, incluido el General del Norte que todavía ya se estaba construyendo siguiendo la Real Cédula promulgada por Carlos IV el 26 de abril de 1804.
En la orden se contemplaba la construcción de cuatro cementerios, incluido el General del Norte que todavía ya se estaba construyendo siguiendo la Real Cédula promulgada por Carlos IV el 26 de abril de 1804.
"A mano izquierda del camino de Extremadura, otro en la primera altura a la mano izquierda del camino viejo de Leganés, y el tercero en la primera altura del camino de Alcalá, pasada la tapia del Buen Retiro"
Igualmente se enumeraban y regulaban los diferentes servicios con los que debían de contar los cementerios y se intentaba acabar con los privilegios de algunos.
"No habrá persona, por privilegiada que sea, que se exima de conformarse con las disposiciones de este nuestro decreto"
De este modo, sería durante el reinado de José Bonaparte cuando se finalizó la construcción de los dos primeros, situados al Norte y al Sur de la capital.
El cementerio General del Norte estaba situado al otro lado de la Puerta de Fuencarral, en la zona que en la actualidad ocupan la Plaza del Conde Valle de Suchíl, y la Glorieta de Quevedo, a la izquierda del camino que prolongaba más allá de la cerca de Felipe IV la calle Ancha de San Bernardo. Fue diseñado por Juan de Villanueva, que utilizó por primera vez los nichos los nichos. Por su parte, el cementerio General del Sur, también conocido como cementerio de la Puerta de Toledo, fue construido para dar servicio como camposanto de los feligreses de las parroquias del Sur de la capital, estando situado al otro lado del Manzanares, en Carabanchel, entre las calles de Baleares y la Verdad.
En octubre de 1813 D. Manuel de Arizcun y Horcasitas, III marqués de Iturbieta y a la sazón alcalde por segunda vez de la Villa de Madrid, promulgó una ordenanza que prohibía el traslado público de cadáveres desde las casas mortuorias a las parroquias y su exposición en las mismas, antes de su traslado al cementerio disponiendo el traslado directo de los cuerpos. Igualmente se obligaba a los pueblos de la provincia de Madrid a situar los cementerios fuera de las poblaciones, una norma que, ante el incumplimiento de la misma, tuvo que ser publicada de nuevo en el Diario de Madrid en mayo de 1820.
Fue solo el comienzo, ya que pocos años después varias archicofradías y sacramentales de la ciudad comenzaron la construcción de sus propios camposantos al objeto de dar cristiana sepultura a sus miembros. Dos, los de San Nicolás y San Sebastián, se construyeron en la zona de la actual calle Méndez Álvaro y tres más en el actual distrito de Chamberí, más al norte del citado cementerio General de Norte. Hacia 1860, debido al continuo crecimiento de la población y al plan de Ensanche de la ciudad, surgió la idea de construir dos grandes necrópolis municipales, llamadas del Este y del Oeste, que debían sustituir a todos estos cementerios.
De este modo, sería durante el reinado de José Bonaparte cuando se finalizó la construcción de los dos primeros, situados al Norte y al Sur de la capital.
El cementerio General del Norte estaba situado al otro lado de la Puerta de Fuencarral, en la zona que en la actualidad ocupan la Plaza del Conde Valle de Suchíl, y la Glorieta de Quevedo, a la izquierda del camino que prolongaba más allá de la cerca de Felipe IV la calle Ancha de San Bernardo. Fue diseñado por Juan de Villanueva, que utilizó por primera vez los nichos los nichos. Por su parte, el cementerio General del Sur, también conocido como cementerio de la Puerta de Toledo, fue construido para dar servicio como camposanto de los feligreses de las parroquias del Sur de la capital, estando situado al otro lado del Manzanares, en Carabanchel, entre las calles de Baleares y la Verdad.
En octubre de 1813 D. Manuel de Arizcun y Horcasitas, III marqués de Iturbieta y a la sazón alcalde por segunda vez de la Villa de Madrid, promulgó una ordenanza que prohibía el traslado público de cadáveres desde las casas mortuorias a las parroquias y su exposición en las mismas, antes de su traslado al cementerio disponiendo el traslado directo de los cuerpos. Igualmente se obligaba a los pueblos de la provincia de Madrid a situar los cementerios fuera de las poblaciones, una norma que, ante el incumplimiento de la misma, tuvo que ser publicada de nuevo en el Diario de Madrid en mayo de 1820.
Fue solo el comienzo, ya que pocos años después varias archicofradías y sacramentales de la ciudad comenzaron la construcción de sus propios camposantos al objeto de dar cristiana sepultura a sus miembros. Dos, los de San Nicolás y San Sebastián, se construyeron en la zona de la actual calle Méndez Álvaro y tres más en el actual distrito de Chamberí, más al norte del citado cementerio General de Norte. Hacia 1860, debido al continuo crecimiento de la población y al plan de Ensanche de la ciudad, surgió la idea de construir dos grandes necrópolis municipales, llamadas del Este y del Oeste, que debían sustituir a todos estos cementerios.
Sólo llegó a construirse el del Este, el cementerio más conocido de Madrid y uno de los mayores del mundo: Nuestra Señora de la Almudena, cuyos orígenes se remontan a 1877, cuando se aprobó su construcción en el entonces término municipal de Vicálvaro, en los conocidos como terrenos de la Elipa.
Y ahora, os propongo un fúnebre recorrido por los cementerios que se construyeron en Madrid a lo largo del S. XIX, la mayoría de ellos desaparecidos.
Cementerio General del Norte
También conocido por el de la Puerta de Fuencarral o Puerta de Bilbao. Se abrió en 1809, según el diseño de Juan de Villanueva. Estaba situado, como ya hemos dicho unas líneas atrás, junto a la Glorieta de Quevedo.
Fue construido como camposanto para los feligreses de las parroquias de Santa María de la Almudena, situada al final de la calle Mayor y demolida en 1868; Santiago, en la plaza del mismo nombre, que ya mencionada en el Fuero de 1202; San Marcos, en la calle de San Leonardo, detrás del Edificio España, fundada en 1632; San Ginés, en la calle Arenal de la que el primer documento que se conserva data de la segunda mitad del siglo XIV, San José, en la calle Alcalá, fundada en 1745; San Luis, en la calle Montera, fundada en 1541 y demolida tras un incendio que tuvo lugar en 1935; San Martín, actualmente en la calle Desengaño, aunque sus orígenes hay que buscarlos en la plaza de San Martín en el año 1126 y San Ildefonso, en la calle Colón, terminada de edificar en 1629.
Estaba compuesto por seis patios descubiertos en cuyas paredes se encontraban los nichos. En su interior había una capilla de estilo neoclásico con planta de cruz griega, dedicada a Nuestra Señora de los Dolores. Fue ampliado en dos ocasiones, siendo la primera de ellas realizada en 1816 por el arquitecto Antonio López Aguado y la segunda en 1834. debido a la imperiosa necesidad de espacio a causa de la epidemia de cólera que diezmó la población de Madrid ese mismo año.
Se asegura, que la primera persona enterrada fue la condesa de Jaruco, una hermosa aristócrata de origen cubano muy cercana a José I Bonaparte. Cuenta la leyenda, tengamos en cuenta la reticencia de los españoles a ser enterrados en los nuevos cementerios, que la noche del día en que fue enterrada, un ser alado exhumó el cadáver para enterrarlo en el jardín de su casa, situada en la calle de la Luna. Fue clausurado en 1884.
Fue construido como camposanto para los feligreses de las parroquias de Santa María de la Almudena, situada al final de la calle Mayor y demolida en 1868; Santiago, en la plaza del mismo nombre, que ya mencionada en el Fuero de 1202; San Marcos, en la calle de San Leonardo, detrás del Edificio España, fundada en 1632; San Ginés, en la calle Arenal de la que el primer documento que se conserva data de la segunda mitad del siglo XIV, San José, en la calle Alcalá, fundada en 1745; San Luis, en la calle Montera, fundada en 1541 y demolida tras un incendio que tuvo lugar en 1935; San Martín, actualmente en la calle Desengaño, aunque sus orígenes hay que buscarlos en la plaza de San Martín en el año 1126 y San Ildefonso, en la calle Colón, terminada de edificar en 1629.
Estaba compuesto por seis patios descubiertos en cuyas paredes se encontraban los nichos. En su interior había una capilla de estilo neoclásico con planta de cruz griega, dedicada a Nuestra Señora de los Dolores. Fue ampliado en dos ocasiones, siendo la primera de ellas realizada en 1816 por el arquitecto Antonio López Aguado y la segunda en 1834. debido a la imperiosa necesidad de espacio a causa de la epidemia de cólera que diezmó la población de Madrid ese mismo año.
Se asegura, que la primera persona enterrada fue la condesa de Jaruco, una hermosa aristócrata de origen cubano muy cercana a José I Bonaparte. Cuenta la leyenda, tengamos en cuenta la reticencia de los españoles a ser enterrados en los nuevos cementerios, que la noche del día en que fue enterrada, un ser alado exhumó el cadáver para enterrarlo en el jardín de su casa, situada en la calle de la Luna. Fue clausurado en 1884.
Cementerio General del Sur
Fue bendecido el día 29 abril 1810, abarcando ese día las siguientes parroquias: San Sebastián, Santa Cruz, San Justo, San Millán, San Andrés, San Lorenzo y San Pedro. Estaba en la calle de la Verdad, detrás de la Sacramental de San Lorenzo y San José. El único elemento destacable era la cruz que estaba anteriormente en la plaza del Ángel, concebida por Ventura Rodríguez. Fue clausurado en 1884, aunque hasta julio de 1935 recibía los restos de los otros cementerios según se iban demoliendo.
Por su parte las diversas parroquias de la Villa se agruparon en archicofradías y hermandades sacramentales, creadas en el S.XVI por el Papa Julio II, para hacer sus propios camposantos. Establecidas en diferentes parroquias estaban dedicadas al culto del Santísimo Sacramento y sus miembros no querían ser enterrados en cementerios pertenecientes a otras iglesias, por lo que se preocuparon de tener los suyos propios. Los feligreses aportaban un dinero para la construcción y el mantenimiento de los cementerios, llenándose rápidamente los cupos disponibles. A todas luces era insuficiente la capacidad inicial, lo que llevó a la ampliación de todos ellos.
Pío Baroja en su novela “Aurora Roja”, tercera parte de la trilogía “La lucha por la vida”, nos describe algunos de estos cementerios, lo que nos permite hacernos una idea de su estado de conservación y el entorno urbanístico. Veamos cuales fueron cementerios fundados por este método.
Sacramental de San Isidro
Fue el primer cementerio Sacramental construido en Madrid, siendo inaugurado en 1811. Situado junto a la Ermita de San Isidro, en un principio pertenecía a la Archicofradía del Santísimo Sacramento, Purísima Concepción y San Isidro, dependiendo de él las iglesias San Pedro y San Andrés. Hasta 1860 se fue ampliando hasta alcanzar la superficie actual.
Sacramental de San Sebastián
Inaugurado el 29 de junio de 1821, estaba situado en la calle Méndez Álvaro, a la altura de la calle Canarias junto a la Sacramental de San Nicolás. En él estuvo el primer panteón/mausoleo de los cementerios de Madrid, perteneciente a la familia Fagoaga. Pese a que en agosto de 1884 se decretó su clausura, a finales de 1885 tuvo lugar en sus terrenos el entierro del general José Serrano, para lo cual, el Gobierno tuvo que dar una autorización especial para poder dar sepultura a sus restos en el panteón familiar. Fue demolido en 1935 y como siniestra anécdota, cabe mencionar que durante el mismo se halló en uno de los nichos un ataúd con la tapa levantada y las manos de la supuesta difunta aferradas a los bordes de la caja, prueba indudable de que había sido enterrada en vida en 1864.
Sacramental de San Sebastián
Inaugurado el 29 de junio de 1821, estaba situado en la calle Méndez Álvaro, a la altura de la calle Canarias junto a la Sacramental de San Nicolás. En él estuvo el primer panteón/mausoleo de los cementerios de Madrid, perteneciente a la familia Fagoaga. Pese a que en agosto de 1884 se decretó su clausura, a finales de 1885 tuvo lugar en sus terrenos el entierro del general José Serrano, para lo cual, el Gobierno tuvo que dar una autorización especial para poder dar sepultura a sus restos en el panteón familiar. Fue demolido en 1935 y como siniestra anécdota, cabe mencionar que durante el mismo se halló en uno de los nichos un ataúd con la tapa levantada y las manos de la supuesta difunta aferradas a los bordes de la caja, prueba indudable de que había sido enterrada en vida en 1864.
Fue inaugurado el 24 de octubre de 1824 y su nombre completo era Sacramental de San Nicolás de Bari, San Salvador y Hospital de la Pasión. Estaba, al igual que el anterior en la calle Méndez Álvaro, junto a la Sacramental de San Sebastián. Fue ampliado en 1839 por el arquitecto José Alejandro y Álvarez. En 1884 fue clausurado siendo finalmente derribado en 1912.
Contaba con un patio dedicado a escritores y artistas donde reposaban los restos de José de Espronceda, Mariano José de Larra o Manuel Bretón de los Herreros, y el llamado Patio de la Libertad donde se encontraban enterrados Agustín de Argüelles, Salustiano Olózaga, Juan Álvarez de Mendizábal. Pero el más ilustre de sus huéspedes fue sin duda Pedro Calderón de la Barca, cuyos restos fueron depositados en sus terrenos el día 18 abril 1841, el mismo día de la inauguración del viaducto de la calle Segovia.
Sacramental de San Luis
Contaba con un patio dedicado a escritores y artistas donde reposaban los restos de José de Espronceda, Mariano José de Larra o Manuel Bretón de los Herreros, y el llamado Patio de la Libertad donde se encontraban enterrados Agustín de Argüelles, Salustiano Olózaga, Juan Álvarez de Mendizábal. Pero el más ilustre de sus huéspedes fue sin duda Pedro Calderón de la Barca, cuyos restos fueron depositados en sus terrenos el día 18 abril 1841, el mismo día de la inauguración del viaducto de la calle Segovia.
Sacramental de San Luis
Fue inaugurado en 1831 y su nombre completo era Sacramental de San Luis y San Ginés. Estaba ubicado entre las calles de Magallanes, Fernando el Católico, Vallehermoso y Donoso Cortés, pegado al lado Sur del cementerio Patriarcal, aunque la entrada se realizaba desde Bravo Murillo. Se construyó según un proyecto del arquitecto Narciso Pascual y Colomer siendo ampliado en 1846 por el arquitecto Narciso Pascual y Colomer pasando a tener una capilla propia y nuevos edificios destinados a los diferentes servicios.
Pascual Madoz, en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar escrito entre 1834 y 1850, afirma que era el cementerio más hermoso de Madrid por su impresionante fachada, sus pabellones porticados y sus jardines con densas arboledas. También el Cronista de la Villa Pedro de Répide, aseguraba que era el más bello de los recintos fúnebres de la corte. Fue clausurado en 1884.
Pascual Madoz, en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar escrito entre 1834 y 1850, afirma que era el cementerio más hermoso de Madrid por su impresionante fachada, sus pabellones porticados y sus jardines con densas arboledas. También el Cronista de la Villa Pedro de Répide, aseguraba que era el más bello de los recintos fúnebres de la corte. Fue clausurado en 1884.
Inaugurado en 1848, pertenecía a la Archicofradía de San Martín, San Ildefonso y San Marcos y estaba situado en la zona de la actual Avenida de las Islas Filipinas, donde años después estuvo el estadio Vallehermoso y en la actualidad se encuentra el complejo de GolfCanal. Sus cuatro patios estaban dedicados a Santo Domingo, San Ildefonso, Nuestra Señora de la Paz y Santísimo Cristo.
Pedro de Répide lo describe como un espacio frondoso precedido por un atrio de bellísima columnata, mientras que, Pío Baroja escribió las siguientes palabras:
Pedro de Répide lo describe como un espacio frondoso precedido por un atrio de bellísima columnata, mientras que, Pío Baroja escribió las siguientes palabras:
“Al terminar los tapiales en el campo, desde su extremo se veían en un cerrillo las copas puntiagudas de los cipreses del cementerio de San Martín, que se destacaban rígidas en el horizonte”
Por su parte el Cronista de la Villa José Gutiérrez Solana afirmaba que:
Por su parte el Cronista de la Villa José Gutiérrez Solana afirmaba que:
“El cementerio de San Martín es el más grandioso, aristocrático y elegante de los cementerios madrileños, repleto de lujosos panteones. Rodeaba el recinto una hermosa verja, con magníficas puertas de entrada”
Clausurado al igual que los demás en 1884, el Ayuntamiento de Madrid decidió su derribo en 1912, aunque en 1922 todavía seguía una parte en píe debido a un contencioso sobre la titularidad de los terrenos sobre los que había sido construido, siendo el último en desaparecer. En 1926 se pensó mantenerlo como jardín, según un proyecto del arquitecto municipal Jesús carrasco que contemplaba la eliminación de los nichos, pero conservando la capilla existente, además de añadir esculturas de los alcaldes de la Villa y Corte, fuentes, paseos y una plaza de planta elíptica rodeada de una galería con pilastras revestidas de azulejos blancos y azules. Ni que decir cabe, que dicho proyecto nunca vio la luz. Fue demolido en 1950.
Sacramental de San Justo
Clausurado al igual que los demás en 1884, el Ayuntamiento de Madrid decidió su derribo en 1912, aunque en 1922 todavía seguía una parte en píe debido a un contencioso sobre la titularidad de los terrenos sobre los que había sido construido, siendo el último en desaparecer. En 1926 se pensó mantenerlo como jardín, según un proyecto del arquitecto municipal Jesús carrasco que contemplaba la eliminación de los nichos, pero conservando la capilla existente, además de añadir esculturas de los alcaldes de la Villa y Corte, fuentes, paseos y una plaza de planta elíptica rodeada de una galería con pilastras revestidas de azulejos blancos y azules. Ni que decir cabe, que dicho proyecto nunca vio la luz. Fue demolido en 1950.
Empezado a construir en 1846, las obras finalizarían en agosto de 1847, siendo inaugurado en 1849, su nombre completo era Sacramental de San Justo, Santa Cruz y San Millán, aunque también era conocido como de San Justo y Pastor o de San Miguel. El proyecto inicial era del arquitecto Wenceslao Gaviña y Vaquero y está situado en el conocido como cerro de las Animas, entre la actual Vía Carpetana y el paseo de la Ermita del Santo, siendo vecino del cementerio Sacramental de San Isidro.
En 1902, la Asociación de Escritores y Artistas construyó un panteón destinado a servir de enterramiento a los restos de los representantes más ilustres del mundo de las letras y las artes. Proyectado por el arquitecto Enrique María Repullés y Vargas, en él fueron enterrados José de Espronceda, Mariano José de Larra y Eduardo Rosales, Leandro Fernández de Moratín, Ramón Gómez de la Serna, Carmen Conde, Luis Escobar, Rafaela Aparicio o Sara Montiel, entre otros. Al principio sólo tenía un patio, el de San Miguel, al que se fueron añadiendo los de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, del Santísimo Sacramento, de las Ánimas, de la Santa Cruz y los de San José y San Pedro, San Justo, Santa Catalina, San Millán, y Santa Gertrudis, el de mayor superficie del cementerio. En ellos se encuentran enterrados los restos de algunos de los escritores, pintores, escultores, políticos, actores, toreros o músicos más importantes de la historia de España.
Sacramental de Santa María
En 1902, la Asociación de Escritores y Artistas construyó un panteón destinado a servir de enterramiento a los restos de los representantes más ilustres del mundo de las letras y las artes. Proyectado por el arquitecto Enrique María Repullés y Vargas, en él fueron enterrados José de Espronceda, Mariano José de Larra y Eduardo Rosales, Leandro Fernández de Moratín, Ramón Gómez de la Serna, Carmen Conde, Luis Escobar, Rafaela Aparicio o Sara Montiel, entre otros. Al principio sólo tenía un patio, el de San Miguel, al que se fueron añadiendo los de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, del Santísimo Sacramento, de las Ánimas, de la Santa Cruz y los de San José y San Pedro, San Justo, Santa Catalina, San Millán, y Santa Gertrudis, el de mayor superficie del cementerio. En ellos se encuentran enterrados los restos de algunos de los escritores, pintores, escultores, políticos, actores, toreros o músicos más importantes de la historia de España.
Sacramental de Santa María
Inaugurado a finales de 1949, inicialmente fue llamado Sacramental de Santa María y del Hospital General. Está situado en la calle Comuneros de Castilla, en el lugar que ocupó la ermita de San Dámaso destruida por los franceses durante la Guerra de la Independencia. Sus orígenes se remontan al S. XVI, cuando el beato Bernardino de obregón fundó en 1580 la archicofradía de la Sacramental de Santa María con el propósito de dar cristiana sepultura en fosa común a los más pobres. En sus terrenos están enterrados, poetas, cronistas de la Villa, políticos, pintores, actores y actrices o militares como Narciso Serra, Loreto Prado, Camilo García de Polavieja, Francos Rodríguez, Ramón de Navarrete o Manuel Becerra.
Cementerio de la Patriarcal
Cementerio de la Patriarcal
Pertenecía a la Hermandad de Palacio y Santísimo Cristo de la Obediencia del Buen Suceso. Estaba en el llamado Campo de Guardias, entre las actuales calles de Joaquín María López, Vallehermoso, Donoso Cortés y Magallanes, junto a la Sacramental de San Luis y en un principio estuvo destinado exclusivamente a los trabajadores de la Casa Real. Se inauguró en 1849 promovido por la Congregación del Santísimo Cristo de la Obediencia y Hermandad Real de Palacio, y sólo tenía un patio rodeado de nichos. Más pequeño, el cementerio sacramental de la Patriarcal, daba sepultura a soldados, funcionarios, sirvientes y demás trabajadores de la Casa Real.
Descrito como el más moderno de todos los cementerios sacramentales, una vez clausurado fue rápidamente objeto de saqueo, desapareciendo lápidas, cruces, y otros objetos funerarios de bronce tal y como nos cuenta Pio Baroja:
Descrito como el más moderno de todos los cementerios sacramentales, una vez clausurado fue rápidamente objeto de saqueo, desapareciendo lápidas, cruces, y otros objetos funerarios de bronce tal y como nos cuenta Pio Baroja:
“Un larguero de mármol de una sepultura había ido a parar a una tienda de quesos; las letras de bronce de los nichos estaban en algunos escaparates de tiendas lujosas”
También Camilo José cela en su novela “La colmena” nos cuenta como en el Café de Doña Rosa:
“Muchos de los mármoles de los veladores han sido antes lápidas en los cementerios”
Clausurado en 1884, sus terrenos fueron durante la posguerra zona de juego de los niños que vivían en sus alrededores, siendo conocido popularmente como “Campo de las Calaveras”, debido a los huesos y féretros procedentes del vaciado de la fosa común que allí quedaron abandonados.
Sacramental de San Lorenzo
Sacramental de San Lorenzo
Su nombre completo es Sacramental de San Lorenzo y San José. Fue bendecido el día 31 de julio de 1852. Ubicado en la calle de La Verdad, junto a él estaba el Cementerio General del Sur.
Crónica de una muerte anunciada
Crónica de una muerte anunciada
En enero de 1857 una comisión de Beneficencia y Sanidad del Ayuntamiento de Madrid realizó un informe en que se ponía de manifiesto el pésimo estado en que se hallaban los cementerios generales del Norte y del Sur, calificándolos de simples osarios sin apenas vegetación que ayudara a mitigar los malos olores procedentes de la putrefacción de los restos. El informe proponía asimismo la creación de dos grandes cementerios, con todos los servicios, capilla, depósito de cadáveres, instalaciones de mantenimiento que se construirían al Norte o al Este y en un terreno elevado para evitar que los vientos predominantes llevarán las miasmas hacía Madrid, recomendando una urbanización interior dotada de arbolado.
Así llegamos a agosto de 1884, cuando una Real Orden promulgada a causa de una epidemia de cólera que asolaba España, se mandó cerrar de forma urgente todos los cementerios que, situados en la zona del Ensanche de Madrid, proyectado por Carlos María de Castro en 1860. Se clausuraron de forma inmediata los dos cementerios generales además de los sacramentales de San Martín, San Luis, San Sebastián, San Nicolás y el Patriarcal, prohibiéndose los enterramientos desde el día 1 de septiembre de ese mismo año. La clausura de estos cementerios no supuso su inmediata desaparición que en algunos casos no se produjo hasta la década de los 50 del siglo XX. No obstante, su momento ya había pasado y a partir de entonces fue el turno del cementerio de Nuestra Señora de la Almudena.
Así llegamos a agosto de 1884, cuando una Real Orden promulgada a causa de una epidemia de cólera que asolaba España, se mandó cerrar de forma urgente todos los cementerios que, situados en la zona del Ensanche de Madrid, proyectado por Carlos María de Castro en 1860. Se clausuraron de forma inmediata los dos cementerios generales además de los sacramentales de San Martín, San Luis, San Sebastián, San Nicolás y el Patriarcal, prohibiéndose los enterramientos desde el día 1 de septiembre de ese mismo año. La clausura de estos cementerios no supuso su inmediata desaparición que en algunos casos no se produjo hasta la década de los 50 del siglo XX. No obstante, su momento ya había pasado y a partir de entonces fue el turno del cementerio de Nuestra Señora de la Almudena.
Pero esa será otra historia, y otra entrada, de “De Rebus Matritensis”.
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