Curiosidades y anécdotas de una “Gran Vía”. Episodio II

Curiosidades y anécdotas de una “Gran Vía”

Hoy toca hablar de calles y de toros, las unas desaparecieron, el otro fue una sorprendente e inesperada aparición.

Aquellas calles desaparecidas.



Las obras de la Gran Vía, modificaron el trazado de algunas calles y plazas como Víctor Hugo, Marqués de Valdeiglesias, Montera, Fuencarral, Clavel, Jacometrezo, Caballero de Gracia, Tres Cruces, Desengaño, Abada, Mesonero Romanos, Chinchilla, Salud, Horno de la Mata, la Red de San Luis o la plazuela de la Paja entre otras. Pero lo que hoy nos ocupa son aquellas calles que desaparecieron para siempre para permitir la construcción de la nueva avenida. Unas obras que comenzaron el 4 de abril de 1910 y no finalizarían hasta los años 30. Hablemos tramo a tramo de algunas de ellas.



Calle de San Miguel. Esta fue la primera calle en desaparecer de la cartografía madrileña nada más comenzar las obras de la Gran Vía, ya que su primer tramo, llamado inicialmente avenida del Conde de Peñalver, seguía con bastante fidelidad su trazado hasta llegar a la Red de San Luis, situada en la confluencia de las acortadas calles de Hortaleza y Fuencarral.


En sus cercanías se encontraban el palacio de la duquesa de Sevillano y el colegio de las Niñas de Leganés, ambos igualmente desaparecidos.


Calle de los Leones. Esta calle estaba situada a la altura de la actual calle de Valverde, justo a continuación de la calle de las Tres Cruces, en lo que habían sido unos terrenos propiedad de Juan de la Victoria y Bracamonte, donde se instaló una feria a la que solían acudir los madrileños para ver a dos leones, entre otros animales. Cuenta la leyenda, que un buen día acudieron a la feria dos padres franciscanos procedentes de Guadalajara. Uno de ellos acercó el cordón del hábito para jugar con una de las fieras, con tan mala fortuna que el león lo agarro con sus zarpas hiriendo de muerte al incauto fraile, que pocos días después fallecería en el convento de Jesús y María donde fue trasladado. Ni que decir tiene que la noticia de tan desgraciado suceso corrió como la pólvora por la ciudad, lo que hizo que fueran miles los madrileños que acudieron a la feria para ver de cerca al león asesino, hasta que el Santo Oficio tomo cartas en tan triste asunto, prohibiendo que se siguiesen mostrando los leones, que finalmente fueron adquiridos por Bracamonte para su casa de fieras situada en la calle Jesús y María. Así fue como nació la que hasta su desaparición sería la calle de los Leones.




Calle de San Jacinto. Esta calle que el Cronista de la villa describió al escribir sobre la plaza del callao con las siguientes palabras:

"Ha cambiado mucho su aspecto de cuando daba a ella el sórdido callejón, más que calle, de San Jacinto y servía de paso a la Calle de Jacometrezo y a la travesía de Moriana"

Se encontraba situada al final de la calle del Carmen, aproximadamente a la altura del nº 39 de la Gran Vía, donde actualmente se encuentra el edificio de Seguros La Adriática. Desapareció hacia 1920 cuando se acometieron las obras de construcción de la plaza del Callao.


Calle de la Justa o de Ceres. Esta calle comenzaba en la calle de San Bernardo muy cerca de la plaza de Santo Domingo, cruzando el trazado de la actual Gran Vía a la altura del nº 52 tras describir una ligera curva. Cuentan las crónicas de la época que en aquella zona, entonces tan solo un despoblado, vivía una mujer de no demasiada buena fama llamada Justa. Sus vecinos aseguraban que no solo hablaba con el diablo, sino que le habían visto salir de su casa en ciertas noches oscuras sin luna que la mujer aprovechaba para llevar a cabo sus hechizos. Acusada de brujería y provocar el mal de ojo y otras maldiciones, la Justa acabó en el Tribunal de la Fe. Entre otras acusaciones, se aseguraba que del pozo que Justa tenía junto a su casa, al que acudían a por agua las mozas dela zona, un día surgieron dos basiliscos que atacaron y dieron muerte a la hermosa Marieta. Ni que decir tiene que Justa fue hallada culpable de todos los cargos y condenada a muerte por la santa Inquisición. De ahí que esta calle en un principio recibiera el nombre del Pozo de Justa, para años después pasar a ser simplemente la calle de la Justa. Cuando esta calle desapareció víctima de la piqueta muchos años más tarde, ya se había convertido en la calle de Ceres, la diosa romana de la agricultura y la fecundidad. El tramo de esta calle situado más al norte, en la acera de los pares de la gran Vía, paso a ser desde entonces la calle de los Libreros.


Calle de la Garduña o de Federico Balart. Esta bocacalle de San Bernardo, estaba situada en la parte trasera del nº 58 de la Gran Vía, cerca de  la zona conocida como la posesión de Barrionuevo, cuentan las crónicas de la época que existía un criadero de gallinas en el que cada mañana ´se echaban en falta algunas, algo que los propietarios atribuían a alguna garduña  que merodeaba por los alrededores. Tras descubrir un hueco en la tapia por donde, se suponía que se colaba la dañina alimaña, decidieron colocar un lazo bien disimulado para darle caza. Cual no sería la sorpresa, lo que se oyó fueron los gritos de auxilio de un zagal, que murió asfixiado antes de que pudieran prestarle ayudas. Allí permaneció su cuerpo sin vida, hasta que pasados tres días la Justicia lo traslado al pórtico de la iglesia de la Santa Cruz, donde por aquel entonces se depositaban los cadáveres para su identificación. Durante esos tres días los curiosos que pasaban por el corral exclamaban: ¡Mira, esa era la garduña que robaba las gallinas! La calle pasó a llamarse de la Garduña, para muchos años después, aunque pocos antes de desaparecer, pasar a ser la calle de Federico Balart, periodista, poeta, crítico de teatro y arte y político español del siglo XIX.


Calle del Rosal. Extraño, por bello, el nombre de esta calle estrecha, triste y solitaria situada muy cerca de la anterior. Cuenta la leyenda que en las cercanías de la ya mencionada posesión de Barrionuevo, había plantado un rosal del que se afirmaba que ocupaba toda la anchura de la calle. Sin duda la calle era corta y estrecha, pero no tanto como para que su superficie fuera ocupada por un rosal, pero así son las leyendas, y nada se puede hacer por pararlas cuando nacen. Allí se encontraba un edificio construido por la Hermandad del Pecado Mortal, un caserón viejo, triste y siniestro con sus puertas siempre cerradas, donde encontraban asilo y consuelo las damas deshonradas para mitigar su pena y su dolor.


Calle de Eguiluz. Esta calle unía la plaza de Leganitos con la calle de San Cipriano, a la altura de la última manzana de la acera de los impares de la Gran Vía. Retrocedamos a una época en la que Madrid era Villa, pero no Corte. Cuando Madrid aún no era Corte y la zona donde hoy se encuentra la plaza de Santo Domingo y comienza la calle de San Bernardo estaba fuera de las murallas. Allí vivía en su finca, situada en las proximidades del convento de San Martín el obispo Dionisio Mellado de Eguiluz, un hombre de virtudes ejemplares y gran bondad, que siempre que le era posible, acudía al mencionado convento a repartir a los más necesitados limosna y alimentos procedentes de sus huertas. Pero ya se sabe que el crecimiento de Madrid tras convertirse en capital de las Españas fue imparable, de modo que años después de la muerte del obispo, la zona situada entre las plazas de Leganitos y Santo Domingo fue urbanizada dando su nombre a una de las nuevas calles.


Travesía del Conservatorio o de la Cuadra. Esta pequeña calle, que comunicaba la calle Reyes con la plaza de los Mostenses antes estaba situada a espaldas del edificio Coliseum a la altura del nº 78 de la Gran Vía. Antes de llamarse del Conservatorio se llamó de la Cuadra, debido a que allí se encontraba la que se utilizaba para guardar los jumentos utilizados para pasear por las calles de la Villa a los condenados por el Tribunal de la Fe a la pena de azotes o de ser emplumados. El nombre de travesía del Conservatorio se debía a que en su proximidad, durante la regencia de Dª. María Cristina de Borbón, se inauguró el Conservatorio de Música y Declamación de María Cristina, que sería el primero de España.


Plaza y travesía de Leganitos. Estaban situadas junto al cuartel de San Gil y el colegio del Sagrado Corazón, justo donde acababa la Gran Vía, frente al edificio Vitalicio y el Hotel Astoria. La desaparición, tanto de la plaza como de la travesía, fue necesaria para la construcción de la plaza de España y el enlace de la Gran Vía con la calle de la Princesa.


Entre las calles, travesías y callejones desaparecidos también se encontraban San Cipriano (paralela a Flor Baja ), Santa Margarita (Gran Vía 80), Altamira (Gran Vía 56), Peralta (Teatro Rialto), de la Parada (Teatro Gran Vía), Dos Amigos (Edificio España) y del Perro (un estrecho callejón que unía Silva con Tudescos).

Un toro en la Gran Vía


El 23 de enero de 1928 un toro y una vaca, se apartaron de la manada cuando eran conducidos al matadero, recorriendo durante cerca de cuatro horas el Puente de Segovia, la Cuesta de San Vicente, Plaza de España, Leganitos, Corredera Alta de San Pablo y la Gran Vía. Veamos que sucedió aquel día.



El Paseo de Extremadura, lugar donde se inició todo el curioso episodio al apartarse un toro y una vaca de la manada, no era en 1928 sino un camino de tierra por el que se conducía a los animales camino al matadero situado a orillas  del Manzanares. La vaca, fue rápidamente inmovilizada, pero el toro, prosiguió su carrera por la Gran Vía hasta más allá de las 11 de la mañana, hasta que se encontró de frente con el diestro Diego Mazquiarán “Fortuna” que, utilizando su abrigo como muleta, se dispuso a lidiar el toro, que pertenecía a la ganadería de Luis Bermúdez, un conocido ganadero de reses de carne y de media casta, que se lidiaban en capeas y festejos populares pero no en corridas.
“Fortuna” pidió un estoque, de modo que desde el cercano Casino Militar le hicieron llegar una espada, que el diestro rechazo por demasiado endeble y porqué, según afirmo, esa no era manera de matar un toro. De modo que hubo que enviar a alguien al domicilio del maestro, en el número 40 de la cercana calle de Valverde, a por sus trastos de matar.


La faena duro apenas quince minutos, en los que los espectadores pasaron del miedo y el sobresalto iniciales al más absoluto entusiasmo ante lo que estaba sucediendo ante sus incrédulos ojos. “Fortuna”, listo para concluir su improvisada faena en plena Gran Vía, igualó  al toro clavándole tres cuartos de su estoque. El toro, gravemente malherido, emprendió una enloquecida carrera que finalizó cuando el maestro, tras darle alcance procedió a su descabello.


La muchedumbre que se había ido concentrando en las proximidades comenzó a aplaudir y ovacionar al torero, llegando a pedir la oreja, para finalmente llevar en hombros hasta su domicilio al héroe del día, no sin antes redactar una solicitud de la Cruz de Beneficencia para el maestro, que poco después le sería concedida, para lo cual se procedió a solicitar las firmas de los espectadores  presentes.
El resultado de esta singular anécdota fue de varias personas corneadas, afortunadamente sin graves consecuencias, importantes daños en el cercano mercado de San Ildefonso, golpes, caídas, contusiones, algunos huesos rotos… En el fondo poca cosa comparada con  lo que podía haber ocurrido, de no haber estado cerca de los hechos “Fortuna”.


En 1973, el matador Luis Segura, sin duda inspirándose en los hechos que acabo de contaros, tuvo la absurda ocurrencia de soltar un toro en la Plaza de España, fingiendo que,  al igual que el toro que mato “Fortuna”, se había escapado. Segura lidió y mató al astado, pero cuando se supo que todo había sido un montaje destinado a conseguir notoriedad, fue detenido y acabó pasando una breve temporada en la cárcel de  Carabanchel.


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