Los mentideros de la Villa y Corte de Madrid.
Discutir, hablar, conversar, intercambiar opiniones, incluso contratar los servicios de asesinos a sueldo y soldados de fortuna, dispuestos a realizar el trabajo sucio de los personajes importantes. Todo esto era posible en los mentideros, que fueron uno de los lugares de encuentro preferidos por los ciudadanos de Madrid. Estamos en el Siglo de Oro y los madrileños tenían muchas ganas de hablar y muchas cosas que decir, comentar y criticar. Abundaban los intelectuales, pero la gente del pueblo, de las clases bajas, también quería participar en la vida social de la ciudad. Estos mentideros tenían mucha influencia en la vida cotidiana de las gentes de la villa del Madrid de los Austrias, siendo muy populares en esta época de la historia de España. En Madrid eran tres: las Gradas de San Felipe, el Mentidero de Representantes y las Losas de Palacio, y según se tratara de uno u otro, las especulaciones, los rumores y los cotilléos iban encaminados en una u otra dirección. Los mentideros eran pues, lugares de encuentro para querer saber, donde se mezclaba un público muy heterogéneo y distinto entre sí y donde se intercambiaba todo tipo de información.
Las Gradas de San Felipe
Este mentidero, sin duda el más importante de los existentes en la capital de España, estaba situado en el Convento de San Felipe el Real, al principio de la Calle Mayor. Además de centro de información, las gradas de San Felipe eran también el principal lugar de encuentro de los soldados de los Tercios de Flandes ya que aquí eran reclutados para, posteriormente, partir hacia los Países Bajos. El Convento de San Felipe el Real fue fundado en Madrid en 1546 a pesar de la oposición del Ayuntamiento, que no quería otra institución mendicante en la ciudad. Sin embargo, la mediación de Felipe II, por aquel entonces todavía príncipe, permitió que se instalara en la confluencia de la calle Mayor y la Puerta del Sol.
A pesar de su indudable valor arquitectónico, San Felipe el Real debe su fama a su lonja y su mercado, cuyos puestos se situaban en los huecos abiertos en su zona inferior y, sobre todo, por ser el principal Mentidero de la Villa. En los mentideros se fraguaban los principales rumores de la Corte. En ellos los madrileños se reunían para conversar e intercambiar informaciones de todo tipo. En los graderíos de las escaleras de acceso a la iglesia, se intercambiaban noticias, rumores, calumnias, inventos, secretos y opiniones, que no siempre eran ciertos.
La calle Mayor era paso obligado en aquel Madrid del Siglo de Oro, y rápidamente San Felipe, y por ende la Puerta del Sol, se convirtió en el principal lugar de encuentro de la Villa de Madrid.
Arturo Pérez Reverte lo describe así en El Capitán Alatriste:
“Cualquier noticia, rumor o embuste allí lanzado, rodaba como una bola hasta multiplicarse por mil, y nada escapaba a las lenguas que de todo conocían, vistiendo de limpio desde el Rey al último villano… Discutianse en sus corrillos los asuntos de Flandes, Italia, las Indias con la gravedad de un Consejo de Castilla, repetíanse chistes y epigramas, se cubría de fango la honra de las damas, las actrices y los maridos cornudos, se dedicaban pullas sangrientas al conde de Olivares, narrábanse en voz baja las aventuras galantes del Rey…Era, en fin, lugar amenísimo y chispeante, fuente de ingenio, novedad y maledicencia.”
El Mentidero de San Felipe el Real fue testigo, juez y parte de importantes sucesos que agitaron y conmocionaron la vida madrileña, destacando sobre todos ellos el asesinato del conde de Villamediana sucedido justo enfrente de sus gradas, en la entrada del también desaparecido Palacio de Oñate. El Conde de Villamediana, D. Juan de Tassis y Peralta, fue asesinado en la calle Mayor el 21 de Agosto de 1622 por un desconocido que le asestó una terrible cuchillada. Nadie logró averiguar si el asesino actuó por cuenta propia o ajena, aunque al parecer, no eran pocas las atenciones que prodigaba la víctima, nada menos que a la Reina de España, atenciones por las que el Rey se mostraba terriblemente celoso… Pero también, hay quien cuenta que el Conde frecuentaba ambientes turbios en exceso para la época y que se había visto envuelto en un escándalo por sodomía del que otros querían escapar… De hecho, sus criados fueron ajusticiados poco después por este motivo.
Muchos enemigos se había ganado el aristócrata entre los importantes personajes a quien satirizó en prosa y en verso en sus escritos. Entre ellos se encontraba el Duque de Lerma de quién diría:
“El mayor ladrón del mundo / por no morir ahorcado / se vistió de colorado” aludiendo a su nombramiento cardenalicio para huir de la justicia o el alguacil Pedro Vergel a quien dedicó los siguientes versos: “¡Qué galán entró Vergel / con cintillo de diamantes! / ¡Diamantes que fueron antes / de amantes de su mujer!”.
Hombres y mujeres, validos, aristócratas, clérigos, ministros, y otros personajes de la Corte no se libraron de la acidez de su pluma, lo cual le costaría a Villamediana el destierro en varias ocasiones durante el reinado de Felipe III.
“El mayor ladrón del mundo / por no morir ahorcado / se vistió de colorado” aludiendo a su nombramiento cardenalicio para huir de la justicia o el alguacil Pedro Vergel a quien dedicó los siguientes versos: “¡Qué galán entró Vergel / con cintillo de diamantes! / ¡Diamantes que fueron antes / de amantes de su mujer!”.
Hombres y mujeres, validos, aristócratas, clérigos, ministros, y otros personajes de la Corte no se libraron de la acidez de su pluma, lo cual le costaría a Villamediana el destierro en varias ocasiones durante el reinado de Felipe III.
Un incendio en 1818 y la desamortización de Mendizábal supusieron su inevitable decadencia hasta que finalmente, el 13 de febrero de 1836 se ordenó su demolición. Su lugar lo ocupan desde 1845 las llamadas Casas de Cordero.
Mentidero de Representantes.
Estaba situado en el madrileño Barrio de las Letras, en un ensanchamiento existente por aquel entonces en la calle del León y era el centro de reunión habitual de intelectuales, actores, escritores y artistas de todo tipo.

Además, también se reunía aquí la gente recién llegada o que estaba de paso por Madrid. En este mentidero, frecuentado por muchos de los escritores del Siglo de Oro, se airearon los escándalos amorosos de Lope de Vega, los poemas irónicos de Quevedo, los fracasos teatrales de Cervantes, pero también se escucharon los chismes de la vida cotidiana que luego se convertirían en los argumentos de las obras representadas en los corrales de comedia. Cervantes, a través de las ventanas de su vivienda, podía escuchar, sin necesidad de salir a la calle, los rumores, cotilleos, conversaciones y comentarios de los corrillos formados por los personajes de la farándula, que se reunían en el Mentidero de los representantes o de los cómicos.
El ambiente de este mentidero queda reflejado por Arturo Pérez Reverte en el siguiente fragmento de su novela de capa y espada “El caballero del Jubón amarillo”, perteneciente a la serie del capitán Alatriste:
“…subimos luego hasta el Mentidero de Representantes. Era este uno de los tres famosos de Madrid… Estaba en el cuartel habitado por gentes de pluma y teatro, en un ensanchamiento empedrado en la confluencia de la calle del León con las de Cantarranas y Francos. Había cerca una posada razonable, una panadería, una pastelería, tres o cuatro buenas tabernas y figones, y cada mañana se daba cita allí el mundillo de los corrales de comedias, autores, poetas, representantes y arrendadores, amén de los habituales ociosos y la gente que iba a ver caras conocidas, a los galanes de la escena o a las comediantas que salían a la plaza, cesta al brazo o con sus criadas detrás, o se regalaban en la pastelería después de oír misa en San Sebastián y dejar su limosna en el cepillo de la Novena".
El Mentidero de Representantes gozaba de justa fama porque, en aquel gran teatro del mundo que era la capital de las Españas, el lugar resultaba gaceta abierta: se comentaba en corros tal o cual comedia escrita o por escribir, corrían pullas habladas y en papeles manuscritos, se destrozaban reputaciones y honras en medio credo, los poetas consagrados paseaban con amigos y aduladores, y los jóvenes muertos de hambre perseguían la ocasión de emular a quienes ocupaban el Parnaso de la gloria. Y lo cierto es que nunca dióse en otro lugar del mundo semejante concentración de talento y fama; pues sólo por mencionar algunos nombres ilustres diré que allí vivían, en apenas quinientos pasos a la redonda, Lope de Vega y don Francisco de Quevedo; don Luis de Góngora hasta que Quevedo, su enemigo encarnizado, compró la vivienda y puso al cisne de Córdoba en la calle. Por allí anduvieron también el mercedario Tirso de Molina y el inteligentísimo mejicano Ruiz de Alarcón. También el buen don Miguel de Cervantes había vivido y muerto cerca de Lope, y entre la calle de las Huertas y la de Atocha estuvo la imprenta donde Juan de la Cuesta hizo la primera impresión de El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.”
Las Losas de Palacio
Por último, el mentidero llamado de las Losas de Palacio, estaba situado justo delante del Real Alcázar o Alcázar de los Austrias, que era como popularmente era conocido. Su demolición fue ordenada por José I Bonaparte durante su breve reinado en España a principios del siglo XIX, ocupando los terrenos liberados la actual Plaza de Oriente. En este mentidero, por su posición estratégica, merodeaban personajes a la caza de favores gubernamentales. Fue el lugar de origen de rumores políticos y militares relacionados con la vida de la corte y estuvo frecuentado por”covachuelistas” o funcionarios de palacio, así como por numerosos madrileños y visitantes reunidos en sus inmediaciones con la esperanza de ver salir a los monarcas en sus frecuentes desplazamientos fuera del Alcázar.
Así era aquel Madrid, villa y corte, desde que Felipe II trasladara a Madrid la capital de sus inabarcables posesiones. El Madrid, que durante los Siglos XVI y XVII vivió innumerables cambios. Un Madrid donde escritores, pintores, escultores, actores, filósofos, pensadores como Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Calderón, Góngora, Ribera o Velázquez, entre muchos otros, fueron clave para la expansión de nuestra cultura y de nuestro arte y en última instancia responsables del desarrollo y evolución de Madrid.
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