El convento de San Placido, su iglesia y los escandalosos sucesos que entre sus muros acontecieron.

La iglesia del convento de San Plácido es, junto con San Antonio de los Alemanes, una de las joyas más desconocidas del barroco madrileño.
En la calle de San Roque, a un lado, como escondida, no queriendo hacer notar su existencia, se halla la iglesia del convento de monjas de San Plácido, una de las más bellas de Madrid, enriquecida por los lienzos de Claudio Coello, las esculturas de Pereira y Gregorio Hernández y, antiguamente, por el famoso Cristo de Velázquez, que de allí salió para darse a conocer al mundo en el Museo del Prado”  (Fernando Chueca Goitia – Arquitecto, ensayista y miembro de las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando y de la Historia)

La fundación del convento de San Placido

Felipe IV por Velázquez (1623)
Fue un 21 de noviembre de 1623, cuando se puso en la calle de San Roque la primera piedra del convento de la Encarnación Benita, que posteriormente fue conocido con el nombre de San Placido. Tan solo un año mas tarde una treintena de mujeres, entre ellas alguna dama de la Corte, ingresaban en él cumpliendo la estricta regla de San Benito con todo rigor. Antes de la edificación del convento de San Placido, que contó con la protección de Felipe IV y del arzobispo de Santiago D. Luis Fernández de Córdova, en este mismo lugar se alzaba una pequeña capilla dependiente del abadengo benedictino de San Martín en la plaza de las Descalzas.
Plano de Madrid con la situacón exacta del Convento de san Placido
El origen del monasterio de Benedictinas de San Plácido se remonta a la primera mitad del siglo XVII, en 1623, cuando,  gracias a Dª. Teresa del Valle de la Cerda, y D. Jerónimo Villanueva, protonotario de Aragón y ministro de Felipe IV, un poderoso caballero que había estado prometido con Dª. Teresa, antes de que vistiera los hábitos en ese mismo convento, del que llegó a ser abadesa, se adquiere para uso conventual parte de la manzana de casas entre las calles de la Luna, San Roque, Pez y de la Madera, siendo a mediados del siglo XVII, cuando comienzan las obras de construcción de la iglesia.

La Iglesia de San Plácido

“Hay en Madrid una iglesia,
que de San Plácido llaman,
y al lado un pobre convento
de muy mezquina fachada.
Allí dejadas del mundo,
cifrando en Dios su esperanza
dejó en un tiempo la corte
sus más elegantes damas”
La iglesia del convento de San Plácido es, sin duda, uno de los mas bellos ejemplos del barroco madrileño. En su silencioso interior se conservan obras de Claudio Coello, Francisco Rizzi, Manuel Pereira o  Gregorio Hernandez. Construida en 1655 por encargo de D. Jerónimo de Villanueva, para su antigua prometida, es obra del arquitecto Fray Lorenzo de San Nicolás, religioso agustino calzado, autor del tratado de Arte  y uso de la arquitectura, si bien parece que el verdadero artífice del templo que se hizo cargo de su construcción, fue su discípulo Juan de Corpa.

Fachada de la Iglesia de San Plácido Convento de San Plácido


El acceso al templo se hace a través de una puerta adintelada, donde podemos ver un relieve de la Anunciación, obra con toda probabilidad del portugués Manuel Pereira, flanqueada por los escudos, de los Villanueva, para una vez en el interior y pese a la escasa luz, disfrutar de esta autentica joya.
Interior de la Iglesia del Convento de San Plácido Retablo Mayor con La Anunciación
La iglesia, tiene planta de cruz latina con nave corta y ancha, con un crucero con chaflanes y cúpula sin tambor, con casquete que cae directamente. El retablo mayor con La Anunciación de Claudio Coello es obra, como los restantes de la iglesia, de los hermanos Pedro y José de la Torre y presenta en su parte inferior un ostensorio apoyado en cuatro esbeltas columnas cubierto por una cúpula profusamente decorada, mientras que en su parte superior vemos el lienzo de La Anunciación, enmarcado por columnas. Claudio Coello lo pintó a los veinticuatro años basándose en  un boceto de Rubens, una magnífica obra de arte de un joven genio, impetuoso y nervioso, lleno de fuego y pasión, un remolino de convulsión emotiva y lírica. Un cuadro bellísimo y armonioso, con una excelente perspectiva aérea en el que se distinguen tres áreas perfectamente diferenciadas.
La Anunciación La Anunciación de Claudio Coello
Detalle de la Anunciación de Claudio Coello Detalle de La Anunciación
En el plano central, sobre un estrado la Virgen, con ropajes azules y rosas que, con las manos juntas escucha el anuncio del arcángel San Gabriel; en la parte superior, el Espíritu Santo rodeado entre resplandores y coros de ángeles ilumina la escena principal, bajo la mirada de Dios Padre; en la parte inferior, bajo la Virgen, aparecen los profetas y sibilas que anunciaron el acontecimiento. A ambos lados del retablo, imágenes de San Benito y San Plácido y sobre el retablo, entre nubes, La Inmaculada Concepción de Francesco Rizzi, una obra llena de simbolismo.
Cúpula de San Plácido Santa Isabel Abadesa
La cúpula está decorada con frescos también de Francisco Rizzi. Está dividida en ocho zonas con una decoración vegetal de gran riqueza cromática, en cada uno de las cuales se pueden apreciar las veneras de diferentes Órdenes Militares y en las pechinas, frescos también obra de Francisco Rizzi, representando a las santas Juliana, Hildegarda, Isabel, abadesa y Francisca Romana, todas ellas monjas de la Orden Benedictina. En los nichos de los machones se pueden ver cuatro tallas de los doctores marianos Bernardo, Ildefonso, Anselmo y Ruperto, obras asimismo de Manuel Pereira, de policromía austera y expresividad concentrada. Un artista con una sensibilidad desbordante que supo aportar a sus santos una gran carga psicológica en sus expresiones, recuperando a la vez la belleza de las esculturas griegas. Y sobre ellos, cuatro cobres flamencos con escenas de la Vida de la Virgen, que podrían ser obra de Rubens o de su escuela.
San Benito y Santa Escolástica
En cuanto a los retablos gemelos situados a ambos lados del crucero, son también obra de los hermanos Pedro y José de la Torre. Presentan un cuerpo principal de columnas con pinturas en los zócalos representando escenas de la Pasión de Cristo y la Renuencia de San Pedro Celestino al Papado y la Misa de San Benito a la muerte de su hermana Santa Escolástica en la parte superior. En los cuadros centrales se nos muestra la Visión de Cristo por Santa Gertrudis en el de la derecha y San Benito y su hermana Santa Escolástica, en el de la izquierda. Pinturas todas ellas, muestra del gran talento de un joven Claudio Coello.
Cristo Yacente de Gregorio Hernández
Virgen de Atocha Virgen del Milagro
Pero esta auténtica joya del barroco aun nos depara algunas sorpresas más, como la magnífica talla delCristo Yacente de Gregorio Hernández en el interior de su urna barroca, un cuadro de grandes dimensiones de la Virgen con una dama orante, dos cuadros de Miguel Jacinto Meléndez que representan a las Virgenes del Milagro y Atocha, el San Benito de la bóveda de la nave de Francisco Rizzi, la pequeña imagen del Niño Jesús, obra de Martínez Montañés, una de las joyas desconocidas del monasterioo la copia del Cristo de San Placido que las monjas vendieron a Manuel Godoy o, según cuentan las malas lenguas, fue directamente objeto de la codicia del llamado príncipe de la Paz.
Capilla de la Inmaculada
Y para finalizar nuestro recorrido por esta auténtica joya del mas puro barroco madrileño, la capilla de la Inmaculada, cuyo retablo, también de los hermanos de la Torre, alberga una magnífica talla de la Virgen del siglo XVII, realizada en madera policromada.
 Cristo de Velázquez (1632)
Por último señalar que en esta misma iglesia de San Plácido se encontraba también el Cristo Crucificado de Velázquez, pintado, según cuenta la leyenda, por encargo de Felipe IV para expiar su enamoramiento sacrílego de una joven religiosa. Un serena representación de Cristo inerte, clavado a la cruz con cuatro clavos, de bellísimas proporciones. Su fondo oscuro, casi negro, elimina toda referencia espacial, lo que acentúa la sensación de soledad, silencio y reposo, frente a la idea de sufrimiento habitual de otras obras sobre el mismo tema. Un cuadro que actualmente podemos ver en la sala 63 del Museo del Prado.
Merece la pena fijarse en los herrajes de las puertas, firmados en 1661 por el herrero Jusepe Picó Fernández, de la escuela madrileña de cinceladores y cerrajeros fundada por Felipe IV.
El convento de San Placido, se mantuvo en pie hasta 1908, fecha en que el Ayuntamiento madrileño decidido su derribo.
“Con burda excusa de estado ruinoso, hizo derribar el convento, que tenía la exterior muy bella cornisa. En la ruina pereció dicha capilla (la del Sepulcro) con sus muy notables pinturas al fresco, de Rizzi, Cabezalero, Claudio Coello y Pérez Sierra, con los coros bajo y alto, recogiéndose la comunidad a las Salesas de Santa Engracia 
En el solar resultante tras el derribo del convento se construyó, aparte de otros establecimientos, el Coliseo Ena Victoria, un cinematógrafo de estilo modernista construido por el arquitecto Pedro Torres Moreno, que resultaría destruido por un incendio apenas dos años después de su inauguración. Finalmente, en 1913 se inició la construcción del nuevo convento y la capilla que podemos ver en la actualidad. Se procedió igualmente a reforzar la iglesia, que en 1943 fue declarada monumento nacional.
Entrada del convento de San Plácido
La iglesia del convento de San Plácido está habitualmente cerrada, pero se puede entrar durante la celebración del culto (laborables a las 8:30 y domingos y festivos a las 10:00). Fuera de este horario y  de lunes a viernes, es preciso llamar al timbre del convento y tras hacer saber la religiosa que te atiende a través de un ventanuco, vuestra intención de visitar la iglesia, tendréis la puerta franca para realizar la visita, acompañados en todo momento por una hermana que os hará de guía. Y creedme si os digo que merece la pena. Eso sí, olvidaos de hacer fotos, porque no está permitido a no ser que hagáis trampa, claro está.

Los escandalosos sucesos de San Placido

El convento de San Plácido es, con toda probabilidad, el edificio religioso que más escándalos ha visto de todo Madrid. Sus muros fueron testigos mudos de los ritos de la secta de los Alumbrados, lubricas visitas reales, misteriosos embarazos de las novicias e incluso posesiones demoníacas, que llegaron a poner en jaque a la mismísima Inquisición.
La secta de los Alumbrados
Los Alumbrados - Antonio Márquez Los Alumbrados - Victor Chamorro Historia de los Alumbrados - Alvaro Huerga
La llamada secta de los Alumbrados, nació en el siglo XVI  en Andalucía y Extremadura. cuyos miembros afirmaban entre otras lindezas y creencias peregrinas que de la relación carnal entre un religioso y una religiosa había de nacer necesariamente un santo. Afirmaban también que mediante la oración se podía llegar a un estado espiritual tan perfecto que no era necesario practicar los sacramentos ni las buenas obras, e incluso se podían llevar a cabo sin pecar las acciones más reprobables.
Estaba integrada por personajes que estaban en contra de la oración, el ayuno, los gestos de adoración, el agua bendita, la veneración de imágenes, la sagrada forma, la santa  cruz… Profanaban los lugares sagrados y obligaban a las mujeres a mantener relaciones sexuales como penitencia. Incluso, según las crónicas de la época, llegaron a envenenar y matar a un obispo.
Y es en este marco donde hace su aparición el padre Francisco García Calderón, natural de Tierra de Campos. Cincuenta y seis años y fama de hombre virtuoso, cuando en realidad era miembro activo de la secta de los Alumbrados. Con su gran facilidad de palabra y sus sermones convenció como confesor a las  novicias de san Plácido de la necesidad de alcanzar la gloria de Dios a través de actos carnales hechos en caridad, y por tanto sin ser pecaminosos. Los bebedizos y las drogas preparados por el mismo hicieron el resto. Durante meses, padre francisco embauco a las religiosas, convirtiendo el convento en su propia mancebía, manteniendo  relaciones sexuales con las religiosas, incluida a priora. Tan solo las cinco más ancianas se libraron del acoso y las malas artes del infame sacerdote.
Tribunal de la Santa Inquisición
La Santa Inquisición intervino inmediatamente deteniendo y trasladando a sus cárceles en Toledo al padre Francisco, el monaguillo y a 26 de las monjas. El 2 de junio de 1628 comenzaron los interrogatorios, en los que intervinieron 148 testigos. El sacerdote negó pertenecer a la secta de los Alumbrados, admitiendo que había embaucado y drogado a las monjas por puro placer carnal pero sin afán de adoctrinar de acuerdo con las creencias de la secta, lo que le rebajó en mucho la pena impuesta por el Inquisidor General D. Diego Serrando de Silva en 1633: reclusión de por vida en un convento, privado de todo cargo, con ayuno forzoso a pan y agua tres veces por semana y dos disciplinas para mortificarse. La abadesa fue recluida en el convento de Santo Domingo el Real de Toledo, para cuatro años más tarde, arrepentida de sus pecados,ser perdonada restituyéndola en el cargo en San Plácido gracias a la intercesión de Villanueva y Olivares.
El escándalo de las monjas endemoniadas
Corría el mes de septiembre de 1625 cuando una de las religiosas empezó a mostrar un comportamiento extraño, volviéndose muy agresiva, sufriendo desmayos y visiones, profiriendo todo tipo de blasfemias y llegando incluso a  cometer actos sacrílegos.
El prior del convento, tras examinar a la religiosa afirmó rotundamente que la religiosa estaba poseída por Satanás. Siguieron unos meses de relativa calma hasta que un buen día, como si de una epidemia se tratara, 25 de las 30 religiosas que habitaban el convento comenzaron a comportarse de modo similar. Muchas de ellas afirmaban que el Diablo se les aparecía en sueños, incluso muchas de ellas afirmaban hablar en nombre del maligno. Con la situación totalmente fuera de control, la mayor parte de las religiosas estaban histéricas, sufrían continuos trances, algunas se golpeaban contra las paredes y otras cometían actos sacrílegos.
Auto de fe en la plaza mayor de Madrid por Francisco Rizzi
Ante esta situación, la clausura y la estricta regla de San Benito dejaron de cumplirse, y para acabar agravar la situación, se descubrió que, algunas de las religiosas habían mantenido contacto carnal con el prior. Como era de esperar, el escándalo llegó a oídos del Santo Oficio que, sin perder tiempo, abrió un proceso inquisitorial para poner fin a estos sucesos. La Santa Inquisición puso en duda la posesión diabólica de las religiosas, seguramente para evitar problemas mayores (demasiada gente importante relacionada con San plácido). 
Un “real” escándalo
Mesonero Romanos, cronista de la Villa, nos relata estos hechos basándose en un manuscrito anónimo de la época cuya veracidad el mismo pone en duda.
El conde-duque de Olivares - Velázquez
Parece ser que el rey Felipe IV, su valido, el conde-duque de Olivares y el protonotario de Aragón y ayuda de cámara del Conde, Jerónimo Villanueva. Un buen día Villanueva, que era patrono del convento de San Plácido contó que en el convento estaba de religiosa una hermosísima dama, de nombre Margarita y el rey, a quien no se le podía negar nada, quiso verla. Aprovechando que don Jerónimo tenía el paso franco por su condición de protector del convento el rey pasó disfrazado al locutorio, vio a la monja, se enamoró de ella y repitió las visitas nocturnas hasta el punto de planear el rapto de la religiosa a través de un conducto subterráneo que comunicaba la vecina casa del protonotario con la carbonera del convento.
Alarmada la dama religiosa, puso en conocimiento de la abadesa las sacrílegas intenciones reales y esta, al no poder disuadir a los cómplices de la trama real, ideó una estratagema: dispuso en la celda de la religiosa un catafalco rodeado de velas y en él se introdujo Sor Margarita haciéndose la muerta. D. Jerónimo Villanueva, confuso informó de lo que había visto al rey y a Olivares, cancelando todo el plan. Y añade la leyenda que fue entonces cuando el rey arrepentido encargo a Velázquez su famoso Cristo Crucificado, aunque esto último es más que probable que forme también parte de la leyenda.
Urbano VIII
El caso fue tan escandaloso que rápidamente llegó a oídos de la Santa Inquisición, que no pudiendo actuar contra el Rey, la emprendió contra Jerónimo de Villanueva, que se vio sometido a un proceso inquisitorial. Pero Villanueva aun conservaba la amistad de los poderosos y, amparado por ellos, en un golpe de gran audacia, se plantó en la casa del inquisidor general y le planteó que optara entre la renuncia al cargo y retirarse a Cordoba, su ciudad natal, con una buena renta de por vida o ser privado de todas sus temporalidades y expulsado de los reinos en veinticuatro horas. El inquisidor, naturalmente, no se lo pensó dos veces. Mientras tanto en Roma el Santo Padre, Urbano VIII, ya estaba al tanto de los hechos y ordenó que se le hiciera llegar a la mayor brevedad el proceso incoado. El Santo Tribunal procedió de forma inmediata a enviar a Roma la causa en una arquilla cerrada y sellada de la que era portador uno de los notarios del tribunal de nombre Alonso Paredes. Enterado Olivares, envió retratos del mensajero al embajador de España en Génova y a los virreyes de Sicilia y Nápoles con el encargo de que donde desembarcare y fuera hallado Alonso paredes, fuera hecho preso y bien custodiado se lo enviasen al virrey de Nápoles para que le encarcelara, enviando presto la arquilla al rey sin abrirla. Y así sucedió, don Alonso desembarcó en Génova e inmediatamente fue arrestado y conducido, a través de Milán, hasta Nápoles donde fue encerrado en un castillo y durante quince años. En cuanto a la arquilla, con los papeles del proceso fue remitida al rey  y quemada en presencia del Rey y Olivares en una chimenea de los aposentos privados del monarca en el Real Alcázar madrileño.
Vista de Toledo - Joris Hoefnagel (1566)
Mientras ocurría todo lo anterior D. Jerónimo de Villanueva se encontraba en Toledo, en teoría preso, esperando la pronta solución del asunto. El Papa, harto ya de esperar que la arquilla llegara a Roma, ordenó a  D. Diego de Arce y Reinoso, el nuevo Inquisidor general que organizara un simulacro de juicio en el que el Villanueva, habría de ser reprendido “por haber incurrido en casos de irreligión, sacrilegios y supersticiones” para finalmente ser absuelto por la misericordia del Santo Tribunal con la condición “de que por un año ayunase, no entrase en el convento de las monjas ni tuviese comunicación con ninguna y repartiese dos mil ducados de limosna”. Todo se llevó a cabo siguiendo las órdenes del Santo Padre. D. Jerónimo de Villanueva fue repuesto en sus empleos y ni Felipe IV ni el conde-duque de Olivares volvieron jamás a hablar con él de este “real” escándalo. Pero las leyendas pueden ser interminables y ésta aun continúa con una campana en la espadaña del convento, que llamaba lúgubremente a difuntos para advertir a su Católica Majestad recordándole sus pecados. La llamada de difuntos no se volvió a escuchar desde el momento en que fue cierto el fallecimiento de Dª Margarita.
Tras todos estos escandalosos sucesos la paz regresó al convento de San Placido, volviendo a ser el lugar de oración y recogimiento, que siempre debió haber sido desde que fuera construido.

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