"La casilla" de Antonio Pérez.


Justo en el lugar donde en la actualidad podemos contemplar el Convento de la Asunción, en la calle de Santa Isabel, estaba situada “la casilla”, la finca de recreo de Antonio Pérez, el todopoderoso e intrigante valido y secretario de Felipe II.

Antonio Pérez

La finca y sus edificios, rodeada de cuidados jardines se hallaba situada extramuros, en las afueras de un Madrid que por aquella época era aún una ciudad amurallada, con acceso únicamente a través de sus muchas puertas: las de Sol, Puerta Cerrada, Cuesta de la Vega, Puente de Segovia, Santa Bárbara, Alcalá, Maravillas… por citar solo algunas. Puertas que convertían a la corte en ciudadela.

Casas del Cordón

Gregorio Marañón en su biografía de Antonio Pérez decía al hablar de “la casilla” que “Con todo su lujo, la casa de la plaza del Cordón, era solo su despacho y residencia oficial. La mansión donde él derrochó su afán y dio motivo al escándalo de la corte fue la que hizo construir en las afueras de la ciudad, a la que, denominaba “la casilla” con su habitual fingida modestia”. Los cronistas de la época hablan de una inmensa casa con cuatro torres en las esquinas y rodeada de frondosos jardines, extensas huertas y un soto verde y sombreado cuyo perímetro tenía más de una legua.

La casilla de Antonio Pérez en el plano de Teixeira

Cuando Antonio Pérez mando edificar “la casilla” ésta se encontraba por debajo del hospital de Antón Martín, en la parroquia de San Sebastián y lindaba con huertos y caminos. Fue a partir de ese momento cuando las calles de Santa Isabel y la de San Cosme y San Damián, que la limitan en el plano de Pedro de Texeira se empezaron a trazar, permaneciendo inacabadas hasta después de la incautación de los bienes del secretario y valido, tras su arresto y posterior huida. A partir de ese momento “la casilla” fue reformada para convertirla en convento y colegio y se inició la urbanización de toda la zona. En contra de lo que cuentas las leyendas surgidas alrededor de “la casilla”, leyendas que hablan de terrenos inmensos, extensas, huertas, bosques frondosos donde se podían incluso cazar osos y otras alimañas, la realidad es muy distinta, las dimensiones del solar se corresponden aproximadamente con la mitad de la manzana que podemos ver en el plano. Un solar que más tarde se vio aumentado con diversas adquisiciones de terrenos propiedad de las monjas de la Concepción. Las leyendas ya sabemos que tienden a deformar y exagerar la realidad con el trascurso del tiempo. Los alrededores de “la casilla” eran pues, durante la época de máximo poder y esplendor de Antonio Pérez un auténtico erial, hasta el punto de que Bernardino de Meneses achaco la muerte de Pedro de la Hera, de quien se decía que había muerto envenenado por orden del secretario, a “los soles que le dieron por ir a comer con Antonio Pérez a la casa de campo”.

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Cuentan también los cronistas de la época que las fiestas en la finca de Antonio Pérez eran fastuosas. Tenía en sus cuadras caballos esplendidos y el personal a su servicio vestía con todo lujo. Servía a sus invitados exquisitos manjares y bebidas enfriadas con nieve traída exprofeso. Unas fiestas que todo Madrid criticaba por el derroche y el lujo a todas luces excesivos. Antonio Pérez y su esposa Juana de Coello atendían a sus invitados vigilando que nada faltase. Los caballeros hablaban de guerras, de política e intrigas, mientras las damas se entretenían con mentando los últimos rumores de la corte. Conto entre sus invitados con todo aquel que “era” en la corte madrileña: el duque del Infantado, el conde de Tendilla, los Puñonrostro, la princesa de Éboli, el marqués de Auñón, el conde de Luna… y muchos más que lamentamos no recordar, como diría algún cronista. Estos jardines, estas fiestas fueron los más famosos y los más criticados de su época.

Fue sin duda “la casilla” de Antonio Pérez, centro de más de una de las numerosas conspiraciones en las que participó el intrigante secretario y tal vez, porque no, fue entre sus muros donde se fraguó la que acabó con la vida de Juan de Escobedo, secretario de D. Juan de Austria, en las proximidades del Alcázar madrileño. Se cuenta también en las crónicas que en “la casilla” ofreció Antonio Pérez, varias recepciones en honor del vencedor de Lepanto, quien con su elegancia natural y su austero atuendo, ofrecía un marcado contraste con los excesos indumentarios del valido.

Don Juan de Austria La princesa de Éboli

Las damas solo tenían ojos para D. Juan de Austria. En su honor eran las fiestas. Su gallardía, su porte y su donaire le convertían en blanco de todas las miradas. Y además era medio hermano de su majestad, del mismísimo Felipe II. Y eso, el vanidoso altivo y soberbio valido, no fue capaz de soportarlo durante mucho tiempo sin comenzar a conspirar en su contra. Su secretario D. Juan de Escobedo sería la primera víctima, pero también el principio del fin de uno de los personajes más oscuros y siniestros de nuestra historia, Antonio Pérez, pero también de la caída en desgracia y posterior reclusión en Pastrana de la que probablemente fuera su amante, la princesa de Eboli.

A día de hoy no queda ningún vestigio de los esplendores pasados.

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